Traumatismo craneoencefálico sincero

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¿A las cuántas vueltas es que se echa un perro? No lo supe entonces, y hubiese dado tanto por saberlo.

Antes el camino de vuelta a casa era bordeando la alambrada, recogiéndome los pasos –será por eso aquello de mi mala estrella-, uno nunca vuelve por dónde se va, si se pisa el camino andado se atrae la  mala suerte. Retorno, le dicen.

La tromba. Serpiente de agua azotando con su movimiento tempestivo. Mírala alzarse sobre el campo de girasoles y volverlos óleo de naturaleza. Mira la tierra secarse y volverse polvo fino; mírame respirarla en calma y sonreír aliviado. Paz, así se dice.

De aquellos, recuerdo una cita mañana a las ocho, para seguir pateando la pelota, acuerdo inconcluso de quién sabe cuándo que sigue esperando los gritos mudos en la calle azarosa. El señor del tiempo vuelve algunas veces, lo veo sentarse avenida abajo, y ya no estamos. Nostalgia, es su nombre.

¿A las cuántas vueltas es que se echa un perro? No lo supe entonces, y hubiese dado tanto por ya saberlo.

Micaela se cayó alguna vez en medio de la calle, y se estaba yendo para no volverse, quizá sobre sus propios pasos. Alguien cogió la escoba, fue al lugar del golpe y le pegó al suelo muchas veces: ¡Micaela –le gritaba, golpeando el suelo con la escoba-, regresa! ¡Vuelve Micaela!

 Y Micaela volvió de dónde andaba, se puso bien de nuevo. Milagro, así lo definen.

De tu cara, recuerdo que no la conocía, no te sabía entonces, y hubiese dado tanto por saberte, para no quedar mal parado. Pero estas palabras no encontrarían el reposo en ese lugar donde nunca las has leído. Serían vagabundas de nadie. Olvido, le llaman.

Hoy el camino a casa es bordeando la conciencia. Volviéndome todos los días por los mismos laberintos de pensamientos marchitos –será por eso aquello de mi mala cabeza-. Uno nunca piensa lo que se había asimilado, se atrae la mala marea. Necedad, es cierto.

Y dime: ¿a las cuántas vueltas es que se echa un perro?

Un perro se echa a la última vuelta. Y daría tanto por no saberlo.


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