La cajera amable. Una relación nacida en el hospital.

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                    Eran las once de la noche del miércoles y en la sala de urgencias del hospital en el que me encontraba solo había tres personas. Un caballero con cara triste que no tendría más de cincuenta años acompañado de una señora que no llegaría a ellos, una joven alta y delgada que se tocaba la tripa y de vez en cuando hacía muecas de dolor y un chico que parecía sano a simple vista.

 

                    El dolor volvió y me levanté de la silla. No era la primera vez que me ocurría aquello y todo apuntaba a que se trataba de un cólico renal. Había hecho todo lo posible por evitar acudir a urgencias, pero el ibuprofeno que estuve tomando no surtía ningún efecto y ninguna posición mitigaba aquel continuo malestar. Si hubiese bebido más agua… pero era tarde para lamentaciones estériles.

- ¿Estás bien? - me preguntó la chica alta

- Colico renal. - le respondí.

- Vaya, eso duele. Yo tengo la tripa fastidiada, retortijones y gases. Dos días ya.

- Bueno, seguro que te dan algo y se pasa. - la animé.

- Gracias. - respondió antes de que la llamasen desde una de las consultas.

        Unos minutos después entró en la sala una nueva chica. Tenía la cara un poco hinchada, pero aun así, el rostro me resultaba familiar. Me dirigió un  par de veces la mirada y entonces caí. Era la cajera del supermercado.

 

********************************

 

                    Cuatro días antes había ido a hacer la compra a una cadena alimentaria. Esperando el turno para pagar me había fijado en ella. Al principio me fijé en lo que nos fijamos todos, los senos y el trasero. Pero después llamaron mi atención su sonrisa y su amabilidad.

 

- ¿Qué tal la compra? Todo bien. - me preguntó.

 

- Sí, todo bien. Aunque esta muy lleno para ser mitad de mes. - dije

 

- Sí, para ser domingo hay mucha gente. - Añadió.

 

- Creo que es sábado. No me quites el "finde". - dije sonriendo.

 

- Es verdad. Estoy en las nubes. - respondió ella con voz de terciopelo.

 

- No te preocupes. Nos pasa a todos.

 

El pi, pi de la máquina no cesaba mientras los artículos eras leídos por el lector transparente.

 

- A este paso me llevo el mercado entero. - comenté.

 

Ella sonrió.

 

- Vaya, olvide los huevos. Bueno, no importa ya los pillo otro día.

 

- Si quieres puedes ir a buscarlos. Te espero.

 

- Bueno... no sé...

 

- Los huevos son importantes. - añadió.

 

                    Fui a por ellos. De nuevo le di las gracias.

De vuelta a casa pensé en la amabilidad de la muchacha, tan rara en nuestro mundo. Sonreí.

 

****************************

 

Su voz me devolvió a la sala.

 

- Hola. ¿Nos conocemos?

 

-Sí, estuve en tu super el sábado.

 

- Ah sí, el de los huevos. Espero que el problema no tenga que ver con ellos.

 

- No, en principio es otra parte del cuerpo, los riñones.  ¿Y a ti que te ha pasado en la cara?

 

- Alergia, al parecer me ha sentado mal algo que cené.

 

- Pobre. - dije

 

- Por cierto, ¿cómo te llamas? - me preguntó.

 

En ese momento una mujer de unos treinta años, pelo castaño y bata blanca se asomó y dijo mi nombre.

 

- Juan. -

 

y a continuación se oyó el nombre de Sonia.

 

Ambos dijimos "sí" al unísono.

 

********************

 

                    En el cuarto conté mi historia a la doctora y esta me indicó que me levantara la camiseta y me tumbase boca abajo en una camilla. Apoyó la palma de su mano sobre el lado derecho y golpeó con el puño sobre ella, luego hizo lo propio con el lado izquierdo provocando mi queja.

 

- Sí, parece un cólico renal. ¿Tienes ganas de orinar?

 

- Un poco.

 

- Ok, aquí tienes un vaso y tras esa puerta está el baño. Avísame cuando acabes.

 

A los cinco minutos volví con el frasquito de plástico lleno de pis.

 

                    La mujer le puso una tapa y una etiqueta. Luego me acompañó a una gran sala donde había cinco camas, tres de ellas ocupadas.

 

- Hola Juan. - dijo una voz familiar.

 

- ¿Qué tal Sonia? - respondí.

 

Nunca he sido de los que creen en el destino, pero era la tercera vez que coincidía con la cajera.

 

- Bien, esperando al doctor. - Me dijo desde su cama.

 

                    Mientras tanto mi doctora hablaba con una enfermera pelirroja. Luego me informó que Pili se encargaría de ponerme la medicación y que ella pasaría más tarde para ver que tal iba. Minutos después extendí el brazo y noté el pinchazo de la aguja en la muñeca. Un poco de esparadrapo aquí y alla y un frasco de plástico colgado de un pie metálico. Gota a gota, empezó a caer el "nolotil".

 

                    Nada más irse la enfermera apareció otra mujer con bata blanca empujando una especie de carrito sobre el que se podía ver una gran jeringa envuelta en plástico, un bote de alcohol, algodón, un par de frasquitos y una larga aguja también envuelta en papel y plástico. Al llegar a la altura de la cama donde estaba Sonia se detuvo. A continuación, la mujer corrió una especie de cortina verde alrededor del lecho de la enferma para darle intimidad.

 

- Sonia, ¿verdad? - pude oír que decía.

 

- Bien Sonia, creo que ya sabemos que te ha hecho daño y vamos a ponerle remedio. Ponte boca abajo y bájate los pantalones.

 

Después se oyó el crujido de la cama y el sonido de alguien manipulando plástico.

 

- Lista. Relaja el glúteo. Eso es, buena chica.

 

El olor a alcohol llegó hasta mi nariz.

 

          Minutos después, la enfermera descorrió las cortinas y se fue. Sonia estaba tumbada de lado. Nuestras miradas se cruzaron. Ella fue la primera en romper el silencio.

 

- ¿Qué tal lo llevas? - me preguntó.

 

- Mejor. El calmante parece estar haciendo efecto. -

 

- ¿Y tú? - le pregunté.

 

- Bien, espero. Según me dijo el doctor con este "antídoto" se me quitaría la hinchazón. - contestó. - La verdad es que la inyección duele lo suyo. - añadió ruborizándose.

 

El móvil de Sonia vibró en ese momento. La chica agarró el dispositivo, movió los dedos sobre la pantalla y escribió algo.

 

- ¿Tu novio? - pregunté por curiosidad.

 

- No, mi amiga. Vino conmigo pero le dije que no hacía falta que se quedase.

 

- Eres valiente y además amable… es difícil encontrar gente como tú.

 

- Gracias. - respondió. - Por cierto, ya que estamos en plan íntimo, ¿sales con alguien? - me preguntó

 

- No, hace tiempo que no veo a nadie. - dije. - ¿por? -

 

- No sé. Pareces majo. - me dijo.

 

                   

********************

 

                    Son las dos de la mañana y el aroma de la noche, tan distinto al del hospital, hace que Sonia y yo respiremos agradecidos. Hemos estado hablando toda la tarde. La acompañaré a casa y luego regresaré a la mía. Mañana trabajo y ella también. Pero el viernes por la tarde hemos quedado. El recuerdo del dolor todavía está ahí, pero desaparecerá del todo. Me siento extraño, feliz. Mi cuerpo me hace cosquillas y el futuro, de repente, es un cuadro de bonitos colores.

***************************

NOTA: La historia está inspirada en hechos y personas reales. El hospital y el procedimiento para tratar el cólico renal son tal cual los describo. Existe una cajera amable y  una chica con la cara hinchada a la pincharon en el culete. Es bastante verosimil que las largas horas de espera y las conversaciones espontaneas que surgen aquí y alla sean el origen de algún que otro romance.


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