La nueva vecina

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Por Germán, mi vecino de enfrente, supe que teníamos una nueva vecina, una rubia despampanante. Había alquilado el piso encima del mío. Esperaba no tener que volver a soportar el taconeo con el que me había martirizado, a todas horas, la anterior inquilina. Afortunadamente se marchó. No pudo hacer frente a la subida del alquiler. Lo sentí por ella, pero me alegré. Además del taconeo, tenía por costumbre poner la música a todo trapo. La de veces que tuve que subir para pedirle que bajara el volumen, que las ordenanzas municipales prohibían hacer ruido a partir de las diez de la noche. ¿Cómo sería la nueva?

—Es muy simpática. Ya lo comprobarás —me dijo Germán.

—Igual es una de esas rubias tontas —respondí.

—Pues no, tío, debe ser muy inteligente. Es psicóloga y, además, directora de recursos humanos de una multinacional —Lo que no supiera Germán….

Durante un tiempo estuve realmente intrigado, no por sus cualidades, sino porque era el silencio personificado. Ni siquiera oía el ruido de su puerta cuando entraba y salía. Además, debía de hacerlo a horas intempestivas, pues nunca coincidía con ella, y eso que, por mi profesión, tengo un horario muy flexible. Si conociera sus hábitos, podría hacerme el encontradizo.

Llegué a obsesionarme. Tanto silencio me desconcertaba. Si tenía televisor, lo debía de poner a un volumen muy bajo. Si ponía música, debía escucharla con auriculares. Y, desde luego, no recibía visitas. Todo un misterio para mí.

Miré en su buzón. No había nombre. Esto era muy sospechoso. Solo lo hacen quienes no quieren ser encontrados.

Le pregunté a Germán si recordaba el nombre de la Empresa en la que trabajaba nuestra nueva vecina.

—No lo recuerdo, pero, si tanto te interesa, ¿por qué no se lo preguntas tú?

—Porque no hay forma de encontrarme con ella.

—De acuerdo, cuando la vea se lo preguntaré. Pero ¿por qué quieres saber dónde trabaja?

—Porque empiezo a dudar que sea lo que dice ser, y cuando alguien miente, me resulta muy sospechoso.

—Se nota que eres policía. Lo tuyo es deformación profesional.

Al cado de dos días, Germán llamó a mi puerta.

—Me ha dado la impresión de que no le ha gustado que se lo preguntara. Me ha dicho que para qué quería saberlo.

—No le habrás dicho que te he pedido yo que se lo preguntaras.

—Bueno, solo que te había hablado de ella y que sentías curiosidad.

—Coño, Germán, ahora va a pensar que soy un fisgón. O algo mucho peor.

—No seas exagerado. Le he dicho que, como eres policía, te gusta saber a qué se dedican tus vecinos.

—Eres lo que no hay. Si lo sé no te digo nada. Ahora, cuando la vea, no sabré qué decirle, tendré que inventarme cualquier excusa.

Pero no hubo forma de encontrármela, lo cual me hizo sospechar que esa misteriosa mujer, al saber que era policía, me evitaba.

El caso es que dijo trabajar en una multinacional de seguros, lo cual me extrañó todavía más. Diréis que soy excesivamente suspicaz. Forma parte de mi profesión. Una directora de recursos humanos de una multinacional puede permitirse vivir en un barrio más elegante y en un piso más caro y confortable.

Ni corto ni perezoso, indagué en el organigrama de esa Empresa de seguros. No hallé ninguna mujer ocupando la dirección de recursos humanos. Había mentido. ¿Quién era nuestra nueva vecina? Desde luego, no quien decía ser.

Seguí esperando a encontrármela. No hubo forma. Acabé contactando con el propietario de la finca. Había dejado claro que no quería inquilinos problemáticos.

—Por muy policía que sea, no puedo darle información de mis inquilinos, a menos que hayan cometido un delito.

Se lo conté a Germán.

—¿Cómo se te ocurre preguntar a ese tío? Si se lo comenta, ella te podría acusar de intromisión en su vida privada.

—Pero, ¿tú la has visto entrar o salir de ese piso?

—Pues no, pero siempre que hemos subido juntos en el ascensor ha llamado al tercero y solo el piso de la segunda puerta estaba por alquilar.

A pesar de todo —uno que es cabezota—, me tomé unos días de vacaciones para vigilar quién entraba y salía del piso de arriba. Finalmente, mi tenacidad dio su fruto. Una noche vi salir apresuradamente a la misteriosa vecina. Iba muy abrigada y con la cabeza cubierta con una capucha que no podía ocultar su cabellera rubia. La seguí, pero acabó esfumándose como por arte de magia. Decidí quedarme apostado frente al portal, esperando su vuelta. Al cabo de unas horas, el frio intenso me hizo recuperar el juicio. ¿Qué pretendía espiando a aquella mujer? ¿Me estaba desquiciando? Y todo seguramente por nada. Si estaba metida en un lío, allá ella y, en todo caso, ya saldría a la luz algún día.

Y se hizo la luz antes de lo que pensaba. Al cabo de dos días, en la comisaría recibimos una alerta. Un paseante había encontrado el cuerpo sin vida de una mujer joven y rubia. Por cómo vestía, debía tener un alto nivel adquisitivo. No llevaba ninguna identificación. Todo apuntaba a un robo con violencia. Tuve un presentimiento y le mostré su foto a Germán. Era nuestra vecina.

Quién era en realidad, de quién se escondía, nunca lo supimos. Nadie denunció su desaparición. Una más de las casi seis mil desapariciones que siguen sin resolverse en lo que va de año.


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