El Rictus del Corredor

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Que conste que esta locura de runners la he compartido, disfrutado y enardecido en público. Que conste que me sentí en algún momento parte de ellos, jugando con sus bromas, analizando las lesiones en común, dejándome alentar por ellos en los momentos de bajo rendimiento.

Cuando te cruzas con uno de ellos, me suelo fijar en todo, absolutamente en todo. Su atuendo, su edad, su estilo, su jadeo, sus carnes...su boca abierta, su lengua seca, su frente arrugada...Lo más maravilloso es sin duda su rostro. Al buscar la palabra adecuada para referirme a su rostro, me han convencido las dos acepciones que la RAE describe al definir rictus, sobre todo la primera: aspecto fijo o transitorio del rostro al que se atribuye la manifestación de un determinado estado de ánimo; contracción de los labios que deja al descubierto los dientes, y da a la boca el aspecto de la risa.

La verdad es que son dos acepciones gloriosas, especialmente cuando las quieres circunscribir al rostro de un corredor, se entiende, en plena faena. Un corredor siempre està en plena faena. Y es que me acabo de cruzar, esta misma mañana, con un corredor urbano que mostraba un rictus bello, artístico, espiritual, cuasi barroco en su gesto de dolor. Me hizo preguntarme de inmediato dónde había yo visto previamente semejante expresión. Mi cabeza me llevó a Goya, y su cuadro Saturno devorando a su hijo. Juro por lo más solemne del universo runnero (tiempo medio del kilómetro), que era el mismo rostro que el del cuadro. Y enseguida, por asociación de imágenes y recuerdos, me vinieron a la mente fogonazos semanasanteros de Cristo sufriendo en la cruz, agonizando. Y entonces descubrí la clave de esos rostros con los que nos cruzamos día sí y día también: son rostros de sufrimiento, de agonía, incluso de terror. Son rostros que inspirarían a los artistas, a poetas, a blogueros incluso... Los rostros de los runners sirven de inspiración entre ellos, a través de redes de retroalimentación kilométricas.

No es como cuando me entró hace ya años una sensación distópica en pleno paseo, en plena Avenida, en un día festivo. Tuve una impresión desagradable de irrealidad. Todavía me da miedo recordarlo... Yo era el único, en un tramo panorámico que recorría un tramo de una calle principal céntrica, el único, que no corría. Corrían los turistas japoneses, corrían los camareros, corrían los pasajeros del tranvía, dentro de los vagones, en círculo...Corrían los curas cuando salían de las iglesias...

Volviendo al rostro del corredor, mientras recordaba esa distopía runnera que sufrí en forma de disociación hace años, pensaba en que no hay situación humana cotidiana, ya sea derivada de la felicidad, de la tristeza, del odio, del rencor, de la locura, que genere un rictus como el del runner. Y esta conclusión me anima a correr, como si la obtención de ese sufrido rostro fuera un nuevo elemento original que justifica su búsqueda, como si solo su anhelo fuera un material endorfínico endógeno más, como un plus a añadir a todas las bonanzas del running. Supongo asimismo, que a peor forma física y/o a más cansancio vayas acumulando en tu carrerita diaria, más fermosa y expresiva, más poética incluso será la imagen irradiada desde ese rostro en sufrimiento. 

Y querer, por qué no, conseguir reunir en tu disco duro tal cantidad de kilómetros, que se encaje definitivamente ese rictus para siempre en tu expresión, como también se encaja una rodilla artrósica tras años de running. De esta manera, la primera de las acepciones de rictus-  aspecto fijo o transitorio del rostro al que se atribuye la manifestación de un determinado estado de ánimo- cobraría mayor relevancia al optar el valiente runner por el carácter de permanencia de ese rostro, y finalmente derivar la cuestión hacia un estado de ánimo exclusivo, el del runner, de tal manera que los psiquiatras tendrían que realizar un apartado novedoso para colocar en el capitulo de estados de  ánimo, el de los corredores.

En cuanto a la segunda acepción de rictus- contracción de los labios que deja al descubierto los dientes, y da a la boca el aspecto de la risa-, el runner muestra claramente los dientes a los transeúntes, incluso la lengua, pero más que aspecto risueño, hay que insistir en el concepto de sufrimiento. No obstante, al igual que del amor al odio hay un solo paso, del sufrimiento a la felicidad hay un solo elemento que los separa: una estilizada zancada de runner. Y un runner nunca dice no a una zancada de más, sobre todo si es la que le permite alcanzar ese grado de sufrimiento tal que se confunde con el placer, arribando a una felicidad plena: es el nirvana del corredor. Yo lo veo a veces, no corren, no pisan en puridad el pavimento...levitan, los runners levitan cuando alcanzan el nirvana, que sería aquella sensación o experiencia religiosoespiritual donde no hay cansancio (a pesar de la gran cantidad de ácido láctico generado), no hay sufrimiento (a pesar de la sangre de los dedos de los pies y el dolor de rodillas, lumbares y caderas) y no se vislumbra cuándo se detendrá de una vez (a pesar de que tiene encomendada obligaciones maritales y familiares i-ne-lu-di-bles).

¡Cuánta belleza aparece en el sufrimiento facial de un runner! Deberían crearse exposiciones fotográficas o de pintores, o escultores, donde se llegara a mitificar estos rictus, esa extrema exigencia, ese estrés oxidativo, esa disciplina espartana. De esta manera, intuyo, menguaría algo el coraje que injustamente les tiene mucha gente, haciéndoles reflexionar a estos insanos odiadores (seguro que tampoco soportan a esa subespecie élfica que se hacen llamar tunos), sobre lo arduo de la tarea runnera, en pos de un rictus inmortal.


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