Escarabajo

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Mi escarabajo viejo serví para llevarme a buscar botellas de cerveza, para llevarme a la oficina donde curro de lunes a viernes, para recoger en el aeropuerto a Lucía, cuando le da por visitarme y follar conmigo el fin de semana y luego dejarla en el aeropuerto para que coja el avión que la deja en Gran Canaria.

Miro el escarabajo desde la ventana. Ahí estacionado. Sucio.

Hablando de mi viejo escarabajo comienza esta breve historia sobre Lucía. La mujer más inteligente.

Mi amor por Lucía se remonta a una película de Passolini que ya no recuerdo. Y a nuestra pasión compartida por el cine neorrealista italiano. Nos gusta también estar desnudos en casa. Leer autores románticos y cuentos de vampiros. Y nos gusta beber cerveza.

Lucía tiene casi treinta años menos que yo. Lleva poco tiempo en el trabajo después de terminar dos carreras que no sirven para nada. Es una filósofa que se masturba leyendo a Spinoza y a Kant. También terminó filología española. La lengua es lo mejor que emplea Lucía. Y no hablo de sexo. Es una maravillosa habladora. No se calla jamás.

El silencio en la vida de Lucía consiste en tener a todo el mundo callado.

A mí me calla fácilmente.

Sin carrera, sin publicar, con un trabajo de mierda por el cobro 1.200 euros al mes. Sin pagas extraordinarias. Sin familia a la que presentar para que Lucía pueda hablar de Berlín, Praga, Buenos Aires. Ella siempre ha visto en mí todo lo malo, bruto y feo que la vida es capaz de poner en marcha.

“La inutilidad de las personas es la cosa más encantadora que puedo llevarme a la boca. No quiero a Rafael, ni la capilla Sixtina, ni la catedral de Burgos. ¿Para qué me sirve la luz de Sorolla? La muralla China se la pueden meter por el culo los que levantaron la torre de Pizza. Y los que coronan el Everest jamás han salido del agujero de la ciudad amaestrada. Tú fóllame bien y háblame mientras me corro y te corres. Y méteme la lengua bien adentro. Cómeme el coño y el culo y chúpame las tetas y desgárrame el con esa pollita miserable. Y mea. Y vive. No mueran nunca, asqueroso.”

A lo mejor me decido y dejo el trabajo.

¿Y qué harás entonces?

Escribir.

¿Pero nadie querrá publicarte?

Lo sé

¿Y el dinero?

Viviré de ti

Eso está bien pensado.

¿Te parece?

Que está bien pensando, te he dicho. ¿Cuántos años tienes?

Casi los sesenta.

Es una edad estupenda para…

¿Colonizar Marte?

Sí, por ejemplo. O para convertirse en presidente de Coca Cola. ¿No te gustaría ser nuestro Pablo Escobar?

¿Droga?

Hipopótamos, zote.

Ah, sí.

Hipopótamos, o rinocerontes, o jirafas, o dragones de Komodo. ¡Ya está! Dragones de Komodo en casa. En este piso, Tres, o cuatro. ¿Qué te parece?

Primero los criamos y que crezcan.

Nooooo. Ya creciditos y con ganas de comer. ¿Sabías que tienen una mordedura de maricón?

Sí.

Eres un sabiondo, asqueroso.

Dejaré el trabajo mañana.

¿Tienes algo ahorrado?

Nada.

Claro.

¿Tú?

Mi padre está forrado después de construir no sé qué. Y mi madre heredó una fortuna la muy puta y no suelta pasta, pero a mí me da lo que para ella son migajas.

Pues hecho.

Vivir de mí tiene su riesgo, asqueroso.

Lo sé.

Oye, por cierto. Ese coche.

¿Qué le ocurre?

Lávalo.

Ni hablar.

Coño, míralo bien. Saca la polla de mi culo y mira por la ventana. ¿Dime qué ves?

Me corro mientras avanzo unos pasos. Ella se baja del sofá y se mete en la cocina. Oigo abrir la nevera.

El escarabajo está bien.

Está como yo ahora. Pero a mí me gusta estar así cuando estoy a tu lado.

Ni hablar. Es mi coche.

A partir de mañana todo lo tuyo será mío. Así que harás lo que quiero. Lavarlo.

Mierda.

Eso. Lo quiero sin mierda.

II

Y así se hizo. Naturalmente.

Dejé también el trabajo. La verdad es que los compañeros se alegraron. “Adiós, comemierda”. “A tomar por culo, pollaboba” ¿Anda y que te coman los bichos, cabrón”.

Me puse a escribir. Mucho. A todas horas. Dormía poco. Me empezó a doler la cabeza. Leía más allá de Poe, Hoffmann, Maupassant, Balzac. Leía necrológicas y prospectos. La crítica de series y películas.

Lucía un fin de semana sí, un fin de semana no. A veces dos fines de semana que no.

Terminó por dejarme. Natural.

Me lo dijo a la cara.

Fácil.

Vuelve al curro, asqueroso. ¿O quieres que te pase pasta de vez en cuando?

¿Ni un mensaje?

He conocido a un hombre que es…

¿Mejor que yo?

Me besó en los ojos.

El único sitio de mi cuerpo que está muerto.

Y cerró la puerta al salir.

No me dejó llevarla al aeropuerto. Cogió un taxi.

Nunca más supe de Lucía. Bueno, no. Si hizo popular, o famosa, o importante. Una filósofa de tele, radio, periódicos, de universidades de por ahí. ¡La leche! Estaba por todas partes. No callaba nunca. Y cobraba por no callar. Y recibía su dinero de vez en cuando. Siempre, pero de vez en cuando.

Nunca más he vuelto a follar.

He dejado de leer. Ya no escribo.

Ahora solo paseo por la ciudad a cualquier hora del día y de la noche. Indiferente.

Después de un año recibo un mensaje de Lucía.

Cómprate un coche, nuevo. ¿Te doy el dinero?

Y tiré teléfono contra la pared.

El escarabajo sigue ahí.

Pero ya no me lleva a ningún sitio.


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