Su mejor recuerdo

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"No se puede olvidar a alguien con quien tuviste tantas primeras veces."

 

Llevábamos menos de un año juntos. Habíamos quedado en aprovechar un viernes de feriado para hacer un viaje. Decidimos ir a un volcán en la cordillera de mi país. Una laguna de agua verdosa se ha formado en el cráter y el paisaje a cualquier momento del día es imponente.

Se podría decir que califica como un viaje romántico. Hay que añadir que se encuentra a más de 3,900 metros sobre el nivel del mar, por lo que el frío se convierte en una invitación para buscar abrigo en el cuerpo del otro.

Reservé una habitación en un hostal a unos metros del cráter. Estábamos listos para salir de la rutina.

Hagamos una pausa al relato porque es importante que conozcan algo. Este fue mi primer viaje en pareja. Tenía 27 años, ella, a quien llamaremos M., fue mi primera y única relación sentimental que he tenido hasta el día de hoy. Tampoco se confundan. Contaba con experiencia, pero no había profundizado jamás en el océano de las relaciones sentimentales.

Y ahí estaba yo. Organizando un viaje corto con alguien que me hacía cuestionarme el porqué demoré tanto en empezar una relación. La vida de pareja me gustaba.

Llegó el viernes. Nos levantamos muy tarde. Sin reproches ni apuros nos reímos de nuestro descuido y con calma salimos en dirección a la terminal de autobuses.

Tomamos el siguiente micro con destino a una ciudad a 2 horas de distancia. Allí tomaríamos otro.

Eran las 2 de la tarde cuando tomamos el segundo bus. No había asientos libres, así que nos acomodamos en la parte delantera junto al conductor. Fue un espectáculo ver como el experimentado chofer conducía ese enorme vehículo por caminos estrechos a las orillas del abismo mientras subía las montañas de la sierra ecuatoriana.

A las 3:30 de la tarde estuvimos en el otro pueblo donde tomamos un vehículo pequeño hasta las orillas del cráter. 30 minutos después llegamos. Nos chequeamos en el hostal, dejamos nuestras mochilas y salimos corriendo para aprovechar la poca luz natural que nos quedaba.

Un mirador enorme nos recibió y pudimos divisar un paisaje espectacular. Recuerdo claramente el agua color esmeralda de la laguna y las montañas que besaban las nubes. Un nevado a lo lejos me hizo recordar el frío que nos esperaba esa noche.

Regresé a ver a M. Ella contemplaba el paisaje como si fuese prohibido pestañear. La tomé de la cintura y le di un beso. Sencillo. Mi otra mano en su mejilla. Nos sacamos una foto, una selfie, con la laguna de fondo.

Éramos una pareja de portada. Ambos muy altos (ella de 1.80 y yo de 1.86). Ella blanca como la consciencia de un recién nacido. Yo moreno como la consciencia de algunos de ustedes.

Era muy tarde ya para bajar al cráter. La caminata tomaba 40 minutos de bajada y 1 hora y media de subida. Decidimos dejar ese recorrido para el siguiente día. Así que recorrimos el pequeño pueblo y compramos unos guantes para soportar el frío. Comimos algo y nos tomamos unos vinos hervidos que calentaron la sangre.

Anochecía y caminamos al hostal. El frío caía y nos provocaba meternos bajo las cobijas. El servicio en el hospedaje nos ofreció leña para encender la chimenea. No se diga más, dije yo, y al calor de los leños encendidos nos metimos en la cama.

Las sombras de la habitación caían sobre nuestras caras. El sonido del fuego nos arrullaba. Aunque no dormimos. O bueno, sí. Pero después de hacer el amor. Caímos rendidos, víctimas del viaje y del placer.

Abrí los ojos mientras intentaba descifrar la hora del momento. Tenía la nariz helada. Le di un beso a M. y despertó al instante.

- Amor, tengo hambre. - me dijo.

Éramos dos. Me rugía el estómago, pero no sabía si faltaba poco para desayunar o era de noche aún. Vi mi celular y apenas eran las 9pm.

- Vamos a la cafetería. Seguro tienen comida en la cocina del hostal. -

No tardamos y en dos minutos salimos de la habitación. Sin embargo, el frío había motivado una cuarentena. No había nadie fuera. La cocina estaba a oscuras y no se veía rastro alguno de la administración.

Salimos al pueblo y encontramos lo mismo. Restaurantes cerrados y luces apagadas. Nos frotábamos las manos y con las bufandas nos cubríamos las orejas. Comenzamos a caminar abrazados porque el frío así lo exigía. El ruido del viento nos hacía levantar la voz para poder escucharnos a pesar de estar cerca.

De regreso nos fijamos en un hostal con luces prendidas. No lo habíamos visto antes.

- Amor, parece un comedor – grita M. mientras cambiamos nuestro rumbo en dirección a aquel lugar.

Abrimos la puerta y nos encontramos con mesas y sillas. En una de ellas estaban comiendo tres jóvenes, dos hombres y una mujer, que parecían ser trabajadores del lugar.

- Buenas noches. ¿Tienen algo de comer?

- Buenas noches joven, no nos queda nada.

Qué desilusión. Vuelvo a insistir y la señorita me pide un minuto para preguntar en cocina.

Regresa con una gran noticia. Queda sopa de fideos, un choclo (maíz o elote) y pan para hacer sándwiches de queso.

Nos vemos con M. y nos reímos. Sin decir más nos sentamos y pedimos dos platos de sopa, el choclo y dos sándwiches.

La sopa llegó humeante a la mesa y el queso de los sándwiches estaba tan derretido que se podía estirar algunos metros. Regreso a ver a M. y la observo disfrutar cada cucharada. Me mira, me sonríe, se acerca y me da un beso.

 

 

Fue allí.

 

 

Fue ese el momento que me volvió totalmente vulnerable ante ella. Fue ese el momento que terminó de destruir todas mis barreras.

Se me humedecieron los ojos, así como se humedecen mientras escribo este relato. Volví a mi comida que se enfriaba a la velocidad de la luz.

Ese fue el mejor viaje, la mejor cena, el mejor beso, el mejor momento que recuerdo con ella.

Después de aquel viaje vivimos muchas cosas más que quedarán solo en recuerdos. Recuerdos que este huevón no olvida.

Es que, no se puede olvidar a alguien con quien tuviste tantas primeras veces.


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