"El Fusilamiento", celebrando a García Lorca, a 85 años de su asesinato por las fuerzas del Fascismo

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–Tu inconformismo es brutal –le dijo el carcelero al joven muchacho que soñaba con cambiar el Mundo, con llenarlo de colores ilusiones y un nuevo cantar–. No te ha bastado una guerra caníbal para entender que la paz es necesaria. ¡Viva la gloriosa Nación y su gran Caudillo!

El muchacho guardó silencio. Parecía reír como si aquello fuera una broma. Luego dijo:

–Cualquier hombre libre y honrado es mi amigo, sea fascista o no.

Una soldadesca que presumía de disciplinada, abrió los barrotes de la bartolina y lo arrastró afuera, donde una gran multitud de gentes observaba cómo vejaban al pobre muchacho.

–¡Suéltenlo! –gritaban.

Un político del Caudillo que marchaba junto a la tropa les salió al paso:

–¡Este hombre es un espía ruso, comunista, anarquista, ateo y homosexual!

Ese último epíteto de “homosexual” clavó hondo y espantó a la gente. Algunos se hincaron en el suelo mientras dibujaban la sagrada cruz en el aire.

–Y también come niños –añadió un anciano.

El muchacho iba junto a otros detenidos, entre ellos muchos maestros de escuela. Uno de ellos, con los ojos laminados de vidrio, le cantó en susurros cuando ya marchaban por una estrecha vereda saturada de verdes ortigas:

–No hubo príncipe en Sevilla/ que comparársele pueda, / ni espada como su espada/ ni corazón tan de veras.

–¡Silencio! –zanjó el teniente–. ¡Basta ya, idiotas!

El susurro, en cambio, comenzó a elevarse en un crescendo sancionador que incomodaba terriblemente a aquellos ejecutores vestidos con camisas negras y que, atónitos, veían como su autoridad era desafiada en la mala hora. Las voces no cesaban sino que crecían y crecían con la valerosidad que siempre caracterizó a su antiguo pueblo, aunque el rostro de los detenidos estaba envuelto en llanto, sabidos ya de su maldita suerte. El ritmo era cada vez más alto y a la vez más mortal.

El muchacho, digno y superlativo, escuchaba la voz de sus compañeros con orgullo desmedido. Una vez más las letras volvían a obsequiarle gozo y serenidad de espíritu.

–¡Qué gran torero en la plaza!/ ¡Qué gran serrano en la sierra!/¡Qué blando con las espigas!/ ¡Qué duro con las espuelas!/ ¡Qué tierno con el rocío!/ ¡Qué deslumbrante en la feria!/¡Qué tremendo con las últimas banderillas de tiniebla!...

Una dosificada ronda de disparos en forma de ráfagas destrozó todo lo que estuviera ubicado a lo largo del escabroso acceso.

El cuerpo del muchacho y del maestro nunca fueron recuperados. Pero algunas gentes que toman el camino de Víznar hacia Alcafar, afirman que es común escuchar en la madrugada un coro de voces que, en espectral murmullo, entonan el siguiente verso:

“Aquí quiero yo verlos. Delante de la piedra./ Delante de este cuerpo con las riendas quebradas. / Yo quiero que me enseñen dónde está la salida/ para este capitán atado por la muerte.”


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