EL HOMBRE RARO 1

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Adolfo Marsillach era un prolífico y famoso actor de teatro y de cine; aunque también era un notable escritor de novelas, el cual a mediados de los años 60 del siglo anterior hizo para la televisión una estupenda serie difícil de olvidar llamada FERNANDEZ, PUNTO Y COMA. cuya presentación empezaba más o menos así: "Había una vez un hombre extraordinario que se sentia solo en un mundo ridículo y hostil. Por esta razón este hombre consideraba que dicho mundo era punto, y él era coma. Por eso que esta es la historia de Fernandez, punto y coma". Es decir, que el personaje en cuestión de los episodios se distanciaba del denominador común ya que éste no encajaba en el convencional y puritano estilo de vida de sus semejantes, que no tenían nada que ver con la intrínsica realidad de cada cual. En consecuencia aunque yo estaba muy lejos de ser alguien extraordinario, como espectador que era de aquella serie me sentí plenamente identificado con aquel crítico personaje de ficción.

En efecto. En mi adolescencia que fue cuando se me despertó un agudo juicio crítico, un día a la hora del almuerzo se me ocurrió preguntar a mis padres:

- ¿Por qué estamos todos en este mundo, y hacia adónde vamos?

Entonces a mis padres por un momento parecía que se les atragantaba la comida sin saber qué responderme, ya que de hecho a pesar de las hipótesis científicas que se barajan no hay ninguna explicación concluyente sobre nuestra presencia en este planeta. Es verdad que el ser humano al llegar a la adolescencia a propósito de su racionaidad puede ser medio filósofo, pero en mi caso ésto se acentuaba porque yo tenía la pertinaz intuición de que a mí no me correspondía haber venido en este  lugar. Era como si desde el Limbo de los Justos se hubiesen equivocado conmigo y me huieran instalado a un tren cuyo destino no era el mío.

- Tú piensas demasiado Paco y esto no puede ser. Limítate a estudiar, y a prepararte para tener un buen trabajo como todo el mundo y ya está- me respondió al fin mi padre.

Entonces él - mi progenitor- creyendo que yo hacía una vida demasiado introspectiva que se alejaba de un talante general que me podría perjudicar el día de mañana, decidió llevarme una tarde de domingo a ver un partido de fútbol que viene a ser casi una religión laica de todos los tiempos, y que era a su vez una manera de integrarme en el ánimo gregario social. Si yo me entusiasmaba con aquel deporte, es que en el fondo era como todos los demás y no había nada que temer.

Confieso que la amplia perspectiva del Campo de Juego me gustó bastante; me daba una sensación de plenitud. Sin embargo cuando el partido ya estaba a la mitad y un equipo ganaba al otro, el desatado frenesí del público que gritaba con un inusitado histerismo; era como si se hubiese vuelto loco de repente, me llenó de una enorme tristeza. Además me parecía exagerado que el hecho de que un balón entrara en una portería del equipo contrario causara tanta algazara a los seguidores de dicho equipo. Por otra parte era fácil comprender que si aquel deporte causaba tanta pasión a mucha gente, era porque compensaba la rutina y los problemas que embargaban a la misma, y a través de sus equipos favoritos ésta tenía la ilusión se sentirse más importante que nadie.

Pero yo me sentía ajeno a aquel sentir colectivo, así como a los colores del equipo que eran los favoritos de mi padre, y ya no asistí a ningún partido más.

En la escuela, que era de religiosos me sucedió otro tanto. Un día en el recreo un niño jugando en un banco en el que estaba subido se cayó con tan mala fortuna que se desnucó y murió en el acto. Seguidamente los religiosos, aprovechando aquel suceso nos dijeron que si aquel alumno había muerto estando en pecado mortal por malos pensamientos, se iba a quemar indefinidamente en el fuego eterno. Enseguida mi mente, al igual que a muchas otras personas, se puso a funcionar. Si Dios era tan bueno y tan misericordioso, ¿cómo podía ser que fuera capaz de castigar indefinidamente a un niño que no había tenido tiempo de vivir la vida? Luego o bien este Dios era un ente cruel que nada tenía qu ver con lo que se nos había dicho; o aquello era un inconsistente mito en el que se escondía el mezquino instinto de aquellos religiosos para dominar con la idea de la culpa a los demás.

En otro orden aquel sistema de enseñanza que se basaba en la pleitesía a la autoridad, puesto que en aquellos tiempos el Estado era confesional y la psicología de la persona apenas se la tenía en cuenta, los libros de texto estaban escritos con un lenguaje distante, un tanto enfático, y era el alumno quien tenía que acercarse a ellos y no al revés, por lo que muchas veces éste aprendía la lección como un loro sin comprender demasiado el concepto de lo que se le pretendía enseñar.

Así que con este razonamiento inconformista acerca de aquella educación me convertí en un rebelde, y a mis compañeros de clase les planteaba aquellas cuestiones para librarlos de aquel nefasto sentimiento de culpa que se nos quería inculcar y que aprendieran a pensar por sí mismos.

- Es que este chico es como un caracol y se encierra en sí mismo. Es muy difícil de tratar - le dijo un día el director del colegio a mi padre, el cual tampoco sabía muy bien cómo dirigirse a mí.

Cuando fui un adulto y entré a trabajar en una empresa textil empecé a salir también con una joven morena; de muy buen ver que vivía en mi barrio llamada Ester. Mas observé que cuando yo le explicaba un poco mis inquietudes, o mi modo de pensar, ella miraba hacia otro lado y sólo decía maquinalmente: "Sí, sí..." Se notaba que apenas tenía interés por mis cosas. Hasta que un día me sugirió de buenas a primeras:

- ¿Que tal si nos casamos?

- ¿Casarnos? Pero si apenas nos conocemos, y yo no sé si congeniamos o no. Tú siempre dices "sí, sí" a lo que yo te explico, pero yo no te conozco demasiado.

- No te comprendo, Paco. No sé lo que quieres decir con éso. Creo que piensas demasiado - me respondió ella con una expresión de asombro y de desilusión.

- Quiero decir, que nos tenemos que conocer mejor, mujer. ¿O es que tú buscas casarte con cualquiera, porque lo único que te interesa es la institución familiar en sí, sin fijarte en el factor humano?

Ester dio media vuelta y se alejó de mi vida. 

                                                            SIGUE

 

 


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