Las ratas

Así fue mi infancia. Y la de las ratas.

Pobreza. Toda la pobreza del mundo cabía en nuestra casa. Lo recuerdo bien. Hambre. Toda el hambre del mundo en el estómago de las ratas. Mi estómago. Oscuridad. Daba igual el verano. La casa era oscura y fría. Daba igual el verano. Agosto frío. Oscuro. Así de claro.

Palizas. Todos los días. Fuera de casa más palizas. Las ratas a esa edad llorábamos y nos dejábamos avasallar. En el colegio, en la plaza, en el campo de fútbol, en el muelle, en la playa. Palizas y moratones en cualquier parte del cuerpo. Ratas asustadizas y durmiendo mal. Insomnio a los 12 años y comerse el coco desde dos años antes. Así no hay rata que resista. Pero se resiste y se sale medio adelante con las magulladuras y el hambre y el frío y la oscuridad y las malas notas en clase y la puta madre que parió a los maestros y la puta madre que parió a todo el que me puso la mano encima. Fuera de casa.

En casa la ausencia de besos, caricias. Pero pronto la masturbación. Las ratas nos masturbamos si hay espejos para ver que la polla es grande. Más grande.

Ya las cucarachas haciendo compañía en la niñez de ratas que piden un poco más de luz. No apagar la vela que a oscuras las cucarachas se adueñan de las uñas y yo duermo con la boca abierta y entran y salen. O nunca más vuelven a salir.

Lombrices. Mi pica el culo. Lombrices que a puñados saca la rata con los dedos. Luego la vela encendida y las lombrices salen al calor de la llama. Una montaña de lombrices blancas que se retuercen en un trapo negro. Para verlas bien. Todos los días se repite el ritual. A la rata le gusta que el culo pique. Se rasca y mete el dedo y saca lombrices. Las aplasta contra la pared. Ensucia la sábana con el puñado de lombrices que mueren al ser estrujadas.

Días y días.

Había que elegir.

Lombriz, cucaracha, rata.

¡Rata!