Preguntas sin respuesta

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-Quiero preguntarte algo, pero sé que no tiene respuesta. Tampoco quiero que te agobies buscándome una.

Me miras, una mezcla de curiosidad y preocupación en tu mirada, ante el tono pequeño y asustado de mi voz.

-¿El qué? -murmuras y te acercas, cerrando aún más nuestra pequeña burbuja, el espacio entre nuestras bocas de apenas unos centímetros.

Pero sacudo la cabeza, dispuesta a no hacerte sufrir, al menos para no hacerte más daño del que ya nos hacemos mutuamente. Sin embargo aún noto tu mirada clavada en mi, pese a que mis ojos te evitan, para que no veas las lágrimas que empiezan a formarse. Supongo que lo notas, porque decides no decir nada más, y en lugar de eso solo te acercas y me estrechas entre tus brazos, dejándome fingir que todo está bien.

No es hasta más tarde, bien entrada la noche, pasadas ya muchas horas, cuando vuelves a sacar el tema. En todo este tiempo apenas nos hemos movido, yo demasiado ocupada intentando memorizar tu imagen, tu quizás también, quizás no, ojalá pudiera saberlo. Pero hemos hablado, de todo lo que se puede hablar en este silencio, que tal vez no es mucho, pero para mí lo es todo. Quizás esta también es una de esas preguntas que solo pueden hacerse en momentos así. Así que, cuando acaricias mi mejilla suavemente, como llevas haciendo toda la noche, y me preguntas en voz muy baja:

-¿Qué querías preguntarme?

Decido responder. Aunque dudo. Y durante unos segundos me dedico a mirar alrededor, esperando que las sombras me den una respuesta, una guía, una solución, encontrando solo silencio mientras tú me miras pacientemente. Respiro. Siento mis ojos volver a inundarse, así que los cierro, y te susurro:

-¿Por qué?

Y son dos palabras, nada más que dos, no deberían sentirse tan pesadas. Pero sé que tu también las sientes, porque solo me devuelves silencio, durante unos segundos que parecen eternos, así que tengo que llenar los huecos, que ahora se tornan amenazantes y oscuros, un silencio peligroso y punzante.

-Perdona. Ya te dije que no habría respuesta.

Y lo siento, siento haberte hecho daño, y siento que tú también me lo hayas hecho. Cae la primera lágrima, y lo único que siento es sorpresa, pensaba que llevaba ya un rato llorando.

Tu única respuesta, lo único que supongo que puedes hacer es abrazarme más fuerte, así que me pierdo en tu olor, en tu ropa empapada en mis lágrimas. Te miro.  Sin palabras, decidimos olvidar que he preguntado, decidimos perdonarnos una vez más y fingir que todo está bien. Al final cierro los ojos, y en algún momento me quedo dormida. No nos queda otra opción que soñar, al fin y al cabo.


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