Historias del manicomio. Segunda parte, tres.

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Como el hambre genera sensación de hallarse ante las puertas de la muerte, aguza también la inteligencia, despierta la imaginación y mantiene el cerebro en funcionamiento. Quiero decir, que la vida fuera del frenopático impulsa de por sí la recuperación, por obligar al desarrollo del ingenio. Un ingenio fomentado por el instinto de supervivencia, de tal forma que la alterativa del despabilamiento se hace la muerte. Entre la espada y la pared me hallaba hasta que me puse de vigilante de la obra del puente de Vallecas.

Como quiera que mi propia situación de necesidad me cerraba las puertas al trabajo en mi oficio, por haber perdido conocimientos e incluso "aspecto" de secretario- administrativo, el siguiente paso fue buscar el condumio por otro lado. El gremio de la construcción era la salida natural al hambre y el general desvalimiento que provoca la falta de monetario. Y en ello estuve durante dos meses: de peón de albañil en la misma obra en la que empecé de vigilante nocturno. El puesto se quedó vacante y me lo ofrecieron con el mismo sueldo. Únicamente que había que trabajar de noche y llevar horarios de panadero. Pero me pareció más acorde con mis circunstancias personales, preferencias y gustos. Allí, sentado en el barracón donde se guardaban las ropas y avíos del personal de la obra durante el día, recobré la costumbre de meter el hocico de la curiosidad en las grandes obras de la literatura y, en conjunto, del pensamiento. Y encima me pagaban por ello.


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