Los Valles de Ladakh - Valle de Nubra - Parte 1

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Agosto 1994

Monasterio de Hemis (Leh)

Una vara silbó en mi oído arreándome un suave golpe en el hombro, que me hizo saltar como un resorte y mirar hacia atrás. Un lama gritaba blandiendo un palo amenazante y me empujaba para que dejara espacio libre allí donde no había. Miles de personas se arremolinaban peleando por unos centímetros cuadrados en el patio central del Monasterio de Hemis.

Los lamas, disfrazados con impresionantes máscaras y coloridos ropajes, estaban preparados en la cima de las escalinata para salir un año más a conmemorar el cumpleaños de su Maestro Padmasambhava, fundador del Budismo Tibetano. Esta tradición que cuenta con doscientos años de antigüedad fue introducida por un miembro de la familia gobernante de Ladakh y adquiere su mayor apogeo cada doce años, coincidiendo el festival con el "Año Tibetano del Mono". Es famoso también porque en cada nuevo ciclo se exhibe un gigantesco Thanka de dos pisos de altura, elaborado entre otras cosas, con perlas y piedras semipreciosas.

La población había acudido desde todos los rincones del Valle del Indo, en un devoto compromiso anual. Merecía la pena, ya que las representaciones ofrecidas por los lamas, danzando como dioses y demonios en una lucha eterna entre las fuerzas del bien y del mal, nada tenían que envidiar a las mejores puestas en escena de una obra teatral. Los lamas residentes aparecen enmascarados como guardianes de las divinidades de la secta Drukpa, de la cual el Monasterio de Hemis es la máxima representación en Ladakh. Desempeñan bailes sagrados y ofrecen sacrificios simbólicos al ritmo de címbalos y tambores, entre una humareda de polvo que se eleva por encima de todos los asistentes. Fieles auténticos se mezclan con turistas de mirada curiosa en una amalgama inmortalizada por cientos de cámaras que disparan sin cesar.

Aquellos momentos irrepetibles fueron un prólogo de lo que serían las próximas semanas recorriendo los valles más inaccesibles de Ladakh en una moto "Enfield Bullet 250".

Khardong-la

Algunos días más tarde salimos de Leh con dirección al Valle de Nubra. Ruge la moto serpenteando la carretera que atraviesa el Khardong-la, que con sus ¡5.603 metros de altitud ! es el paso más elevado del mundo por el que puede circular un vehículo. Leh está a tres mil quinientos metros de altitud  y a treinta y ocho kilómetros de distancia de la cumbre, lo que significa que ascenderíamos dos mil cien metros en tan corto trayecto. La carretera sube en una eterna sucesión de curvas, donde la perspectiva de las montañas circundantes va cambiando por momentos. A cada golpe de ascensión, surge una nueva cumbre oculta tras la que creíamos más alta. A nuestra espalda va quedando el espectacular Valle del Indo abrigado por la cordillera de Ladakh. Poco antes de llegar a la cima observamos entre las rocas numerosas colonias de flores entre las que destaca la Aster flaccidus y la Edelweis matizando de rosa y blanco el entorno ocre y amarronado de los descensos aluviales. Es una imagen insólita que modera la aridez del lugar, donde se hace difícil encontrar cualquier signo de vida, si acaso y antes de los cuatro mil ochocientos metros de altitud, pueden verse a lo largo de los arroyos, marmotas y codornices pululando por doquier, casi sin importarles la presencia humana, ya que el carácter budista de la población impide dar caza a cualquier animal.

Valle del Alto Nubra

Después de atravesar el paso el descenso es todavía más impresionante. Ante nosotros se extiende la cordillera del Karakorum, que separa la India de China y, bordeando las montañas, baja el río Shyok tumultuoso y arremolinaron formando en sus orillas el Bajo Nubra. Salvar estas aguas de caudal incierto y engañoso siempre fue el principal obstáculo para las caravanas que se dirigían hacia Yarkand. Cruzamos el puente y nos dirigimos hacia la parte opuesta del río, siguiendo el curso ascendente de su principal tributario: el río Siachen, el cual toma su nombre del Glacial más largo del mundo fuera de las regiones polares.

Este afluente del Shyok forma lo que se llama el Alto Nubra, separado de la otra parte del valle por los límites de otra cadena de montañas: el Baltoro. Ninguna montaña de los alrededores baja de los seis mil metros de altitud: empinadas paredes a merced de todos los elementos de la erosión, van cambiando el color desde que amanece hasta el ocaso y rocas gigantescas diseminadas a lo largo de camino reverberando el axfisiante calor dando la impresión de que algo se mueve.

¿Dónde está los pueblos? Nos preguntamos.
¿Dónde está la gente?

Cuando uno va atravesando el Alto Nubra tiene la impresión de recorrer una tierra desolada, seca y baldía que en nada se parece al fértil valle que nos habíamos imaginado anteriormente. En nuestra ruta hacia Panamik, última villa accesible a los viajeros, solo pasamos por Sumur, donde hay más shortens que casas, y descubrimos que las granjas y la población se sitúan más cerca del río.

Estamos agotados y deseamos llegar cuanto antes, ya que en el lugar donde pernoctaríamos se encuentran las famosas fuentes termales, lugar obligado de descanso para todo viajero que pasa por aquí, especialmente para aquellas caravanas que antaño, aún tendrían que afrontar el peligroso paso del Karakorum.

Panamik es realmente encantador, desde la carretera apenas se ve la villa, más bien desde esa perspectiva parece que solo hay dos o tres granjas, con unos cuántos árboles y unos cultivos. Sin embargo al ir adentrándonos por los caminos que conducen a las casas, vamos descubriendo un pueblo antiguo asentado en aquel lugar desde hace siglos. Sus gentes, aunque tímidas, son de carácter afable y confiado, siempre dispuestas a invitarnos a sus hogares.

En una de esas visitas a la casa de Rigzin Punchok, un próspero agricultor, comprendimos el significado de fertilidad del valle.
- Las familias de Nubra - dice nuestro anfitrión, no tienen tantas carencias como en otros valles de las montañas. Entre la agricultura y la ganadería somos bastante autosuficientes y los excedentes se llevan a los mercados de Leh.

Paseamos entre los cultivos y encontramos manzanos, nogales y albaricoqueros, así como sauces y álamos en gran cantidad. Los campos amarillos de mostaza lindan con el dorado del trigo y más allá, baja el río Siachen paralelo a una mole rocosa de más de tres mil metros de altura, que se alza atrapando estériles nubes pasan sin cesar. El rumor del agua, que fluye por numerosos canales a lo largo de los caminos y la brisa fresca del norte, nos transporta en un abrir y cerrar de ojos a un entorno opuesto al que cruzamos el día anterior. Los shortens, de un blando fulgurante, aparecen en las confluencias de los caminos rodeados de molinillos de oración, que se hacen girar cuando uno pasa por su lado. Extensas oraciones cargadas de superstición se redactan en banderas y se plantan delante de las casas a modo de protección. En todo el Valle de Nubra se respira una monótona religiosidad.

Continuará...


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