El espejo

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Los vi desde la ventana a todos agrupándose y, pese a la media distancia y el grosor del cristal, pude escuchar perfectamente sus conversaciones. Aquello me resultó muy extraño. ¿Qué había ocurrido en la casa de enfrente? Recién despertado de un largo y extraño sueño, creí que esa visión también era parte de las pesadillas que apenas me dejaron dormir durante la noche anterior. En unos pocos minutos el portal comenzó a concurrirse de personas cuyas caras no lograba distinguir; al principio no supe discernir el motivo de aquella bulliciosa reunión callejera frente a mi ventana.

Dirigí una mirada al despertador comprobando que sus guarismos marcaban las doce y dieciséis… ¿Tanto había dormido..?

Tampoco había oído la alarma que cada mañana sonada indefectiblemente a las siete en punto. No me cuadraba ese desfase, aunque también pudiera ser que el cansancio acumulado hubiera forzado en mí aquella imperdonable extralimitación. Nunca fui un hombre de largo descanso.

Iba a intentar despejar esa duda cuando vi llegar a un coche fúnebre al que aquel grupo curioso dio paso para dejarle aparcar frente al mismo portal. De la carroza salieron el conductor y su acompañante ataviados con un serio traje oscuro; no dudaron ni un segundo en abrir las portezuelas traseras dispuestos a extraer de su interior lo que ya entonces supuse que debía transportar. Cuatro de los más fuertes del grupo que habían aguardado pacientemente la espera les ayudaron hasta sacarlo entre todos a hombros. El féretro, al sentirse herido por el implacable sol del agosto verano, fue dejándose ver poco a poco hasta acabar mostrando orgulloso el brillo de su lacado protegiendo la madera que envolvía ahora su hambriento estómago.

Una vez extraído del todo, un corrillo de asistentes se alineó para dejarles paso y la comitiva desapareció de repente tras el portalón; después de un ligero armisticio, de nuevo el silencio se notó roto por los cuchicheos, unos más altos que otros, y los asistentes se fueron juntando en tres grupúsculos:

-¡Qué pena…! ¡No era un mal tipo el vecino…!

-Bueno, quizá un poco engreído, pero se le puede perdonar…

-¿Habrá dejado algo en herencia que no sean gastos…?

-¡Joder…! Pues a mí me ha dejado a deber los últimos dos meses de renta, y a ver quién me los paga ahora…

-Yo nunca le tragué… Siempre estaba enfurruñado y protestando por los ladridos de mi perrita.

-Fíjate, el ataúd tan feo que le han traído…

-¿Lo entierran o lo incineran…?

-¿Te has fijado en el féretro…? Es de tercera… Yo creo que es de esos de usar y tirar… de cartón…

-No debía tener ni un mísero duro…

-¡Tanto presumir y mira dónde ha acabado…!

-Vivía solo pero me da la sensación de que tenía una doble vida…

-Habrá que rebuscar en el colchón… A lo mejor tiene todos los ahorros escondidos entre sus pliegues. Era un maldito agarrado…

-Yo le encontré fiambre y llamé a su pariente más cercano, un sobrino que le visitaba de vez en cuando. Me extrañó que el vejete no bajara desde el lunes pasado, hace ya siete días. Siempre llamaba a la portería y me daba los buenos días muy temprano… Educado sí, pero es cierto, era un tío muy tacaño…  Creo que el forense ha dicho que ha sido una muerte natural, un infarto de no sé qué… -podía escucharles conversar a todos ellos desde mi ventana, entre otras muchas cosas que es mejor no comentar.

***

-Vamos, el tiempo es oro y tenemos todavía tres visitas más que hacer después de éste… -dijo el conductor a su ayudante señalando al otro lado de la cama donde el difunto disfrutaba sin rechistar de su último descanso.

-Ustedes dos…, por favor, échennos una mano para incorporarle un poco y poder trasladarlo… Eso es…, así, así, despacito y con cuidado, ya saben que es peso muerto. La cabeza…, no permitamos que venza su cabeza… Eso es… Muchas gracias -dijo después de conseguir introducirle entre todos en el ataúd.

-Bien, señores. Ahora bajémoslo con cuidado hasta el coche y podrán seguirnos hasta el camposanto para la incineración. La autoridad municipal llegará dentro de un rato y procederá al cierre del apartamento hasta que se sepa quiénes son sus herederos para que se hagan cargo de sus pertenencias y responder de los gastos funerarios. Pueden venir con nosotros dos de ustedes, si lo desean… -y mandaron al conserje cerrar con llave la puerta de la vivienda.

***

¡Qué pena…! Los he visto partir y he sentido cierta aprensión. No sé quién sería el difunto, creo que no lo conocía; es más, para ser sincero no conozco a nadie de ese edificio de enfrente, pero me ha entristecido profundamente ese final de despedida. Salir del edificio con él a hombros  y meter el ataúd en la carroza fúnebre ha sido esa típica escena que nunca se olvida. Más tristes son aún los superficiales y maledicentes comentarios de esa gente sin dignidad que no respeta ni a los muertos. Claro que, al fin y al cabo, a todos les pasará lo mismo el día que les corresponda a ellos comprar ese mismo billete.

Ahora que me fijo…, no sé qué curiosea con cara de cierta sorpresa aquel hombre mayor que asoma entre los visillos de la ventana en el piso tercero del edificio de enfrente… Me mira y me observa con bastante descaro… Cuando yo me aparto él también se aparta y se esconde… ¿A qué juega?

Y, pensándolo bien… ¿dónde está el parque que alegraba mi vista tras esta misma ventana todas las mañanas nada más despertar…? ¿Y por qué insiste mi memoria en recordar que nunca llegó a existir ese edificio de enfrente…?


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