EL AMO, EL ESCLAVO Y LOS AMANTES (2 de 2)

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El actor salió a buscar a quien había sido su coprotagonista la noche anterior y notó también su desconcierto.

–A mí me tocó ser amante otra vez –dijo Marie–, pero no contigo.

–¿Y qué harás? –preguntó Bertrand–. Supongo que debería olvidarme de ti, al menos por esta noche. El guión dice que debo besarlo y acariciarlo. Tal vez lo haga pensando en ti, o tal vez no.

Ella se alejó mientras él se llenaba de amargura.

Durante el acto Bertrand vio a su ex pareja besarse con otro, pero no podía distinguir si ella estaba feliz. Parecía estarlo, pero él no podía tolerar que estuviese con alguien más.

–Eso no es felicidad –se dijo a sí mismo–. Quiero que sea feliz, pero solo puede serlo junto a mí.

Su esclava se presentó:

–Buenas noches –dijo–, mi nombre es…

–¡Silencio, perra! –dijo Bertrand.

Luego de decir eso le puso una máscara de látex negra; una ciega, para que ella no pudiera ver sus lágrimas. Lo hizo para humillarla, lo hizo para deshumanizarla. No quería una mujer, quería un objeto. Desde que perdió a su amada, las mujeres no eran más que cosas para él.

La ató y la azotó con furia. Castigó a la desdichada que le tocó actuar junto a él esa noche sin preocuparse por los límites. Fue duro, y descargó toda su ira sobre la espalda y las nalgas de su nueva pareja.

A Bertrand le temblaban las manos, tenía aún muchos más golpes que dar, pero el público comenzó a asustarse por tanta violencia.

Se retiró del escenario sin siquiera saludar, dejando a su compañera atada, lastimada y humillada a la vista de todos.   Una nueva velada era una nueva posibilidad. Bertrand abrió el papel que retiró de la galera esa noche y leyó: «Amante». Saltó de alegría y luego fue en busca de Marie, esperando que ella fuera su pareja otra vez, pero cuando la encontró se dio cuenta de que no sería así:

–Hoy me tocó ser esclava –dijo ella.

Un hombre musculoso la sujetó del brazo y la llevó con él. Bertrand se quedó a un costado viendo toda la escena, sintiendo ganas de asesinar al amo de Marie. El amo la trató con desdén mientras ella se arrodillaba ante él. No podía creer que ella se entregara de esa manera ante un hombre al que le era indiferente, sabiendo que él era incapaz de lastimarla.

Mientras observaba impotente la escena, una voz suave sonó junto a su oído:

–Hola, Bertrand; seré tu pareja esta noche. Mi nombre es…

Él no pudo escuchar el nombre; un fuerte silbido taladraba su oído en ese momento.

–No creo poder actuar bien esta noche –dijo él–. No podré concentrarme, eres muy bella pero en este momento no puedo estar con nadie. No eres tú, soy yo.

Era cierto lo que decía; era él. Pero era él por Marie, porque Bertrand no era él sin ella.

–Inténtalo –dijo su nueva pareja–; eres buen actor.

Bertrand dio el mismo discurso que el que le dijo a Marie. No lo sintió esa vez, pero de todas maneras lo dijo mejor, pues ya tenía experiencia.

–Debes dejar atrás las relaciones tóxicas, esas en que uno quiere más que el otro. Pues el más querido controla la situación, y es quien decide cuando la pareja llega a su fin. Necesitas a alguien que esté cuando tu mundo se derrumbe, alguien que te diga «Yo estoy aquí contigo». Y luego, cuando él se preocupe por una nimiedad, también estés ahí para decirle «Tranquilo, Bertrand; todo va a estar bien».

El público aplaudió más que la primera vez que Bertrand pronunció esas palabras, pero él no escuchó los aplausos, él solo podía ver a un montón de mimos chocando sus manos sin causar sonido, riendo carcajadas mudas, y cuyas emociones no eran más que otra actuación.

Las noches pasaron y Bertrand y Marie no volvían a actuar juntos, hasta que por fin el destino los volvió a unir. Tomaron juntos los últimos dos papeles que quedaban en la galera del director del teatro y los leyeron:

–Esclavo –dijo él.

–Ama –dijo ella.

Él la miró contento, pues les había tocado actuar juntos otra vez, pero ella no sonrió ante su entusiasmo. Bertrand llevaba tiempo necesitando sus besos y sus caricias, pero Marie no le dio nada de eso. Lo golpeó con un bastón hasta casi dejarlo inconsciente, y cuando intentó levantarse ella lastimó su espalda con un látigo hasta que unas gotas de sangre brotaron de su piel.

–¿Por qué me castigas así? –dijo él– ¿Acaso no ves que te amo?

Ella siguió azotándolo mientras esas palabras se perdían en los pasillos del teatro. Él extendió su mano intentando acariciarla, pero Marie se la pisó con su bota de cuero. clavándole el fino taco entre sus tendones. Bertrand alzó la mirada y pudo notar que, mientras ella le clavaba el fino taco en los tendones, sentía tanto dolor como él.

El tiempo pasó y pasaron las temporadas, y a Bertrand y a su amada les tocó interpretar todos los papeles. Él besó otros labios y ella acarició otros brazos; ambos se hicieron daño en muchas ocasiones pues seguían sin que les tocara ser amantes a la vez.

Y así siguen hasta hoy, con espaldas lastimadas, subiendo noche tras noche las escaleras del teatro, esperando que alguna vez puedan volver a actuar juntos y a ninguno le toque el papel de amo ni el papel de esclavo.

 

FIN

 


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