La nariz

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 Cuando me interesé por el tamaño- sobresaliente- de su aparato externo respiratorio, me contestó que hacía bien en inquirir por la referida circunstancia, pues había observado que todo el mundo apreciaba su dimensión, pero que en lugar de preguntar o simplemente admitir el hecho, hacían como que no tenía importancia, para abandonar, a la primera ocasión que hubiera, al propietario de aquel apéndice, o sea él.

Con ello, él, había- según me relató posteriormente- llegado a la conclusión de la existencia de dos categorías entre sus coetáneos: quienes eran capaces de perdonar su dimensión- la de aquel aparato- y quienes de una manera u otra no eran capaces de hacerle la disculpa.

 E, incluso, me confidenció, que prefería una cierta mofa que el procedimiento de omisión de referencia pero abandono sistemático. Ya en plan de broma, señaló, que la referencia más burlona y menos hiriente que le habían hecho, era la de un señor que le preguntó muy seriamente- aunque se veía que estaba interpretando-, si no le separaba, aquel "tabique", en dos planos diferentes la visión de la realidad. 

Sin embargo, me comentaba tristemente, que de niño, la proporción inusual en cuanto a grandeza, le había, prácticamente, acarreado una triste infancia y curiosamente derivada, no como frecuentemente es de esperar de los otros niños, sino de la práctica de esa táctica, anteriormente mencionada, que realizaban las niñas, por las que empezara a estar interesado. Y hasta tal punto esto era frecuente, que le empezó a atenazar el pensamiento de que nunca lograría el amor de una mujer distinta de aquella que lo trajo al mundo, la que, por otra parte, cuanto mayores eran los desaires que le hacían las vecinitas y compañeras de escuela, más grandes eran las manifestaciones de ternura que dispensaba al narigón, en una especie de compensación de que sólo son capaces las madres- según una constatación que se da con habitualidad.

 Posteriormente, conforme fueron pasando los años, le fue dando menos importancia- según me seguía relatando-, hasta el punto de que se acostumbró a ella, como también a las distintas reacciones que la nariz suscitaba entre las gentes. Las mismas que-al margen-, la experiencia le había permitido incluso catalogar- como contábamos.

 Y, según dijera ser su experiencia, no había muchas más categorías, incluidas en las dos que se señalaron, de curiosidad y de abandono- como tratando de disimular que éste era motivado por circunstancias dispares, entre las que nunca estaba, por supuesto, la del tamaño narigal. Si bien, admitían algunas variantes intermedias, como la de algunas señoras piadosas que en lugar de traerle consuelo, como ellas creían, acentuaban su mal.

- Una desgracia como otra cualquiera- acababan por rematar. 


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