GÚLNAROK (2 de 3)
Por Federico Rivolta
Enviado el 18/07/2023, clasificado en Terror / miedo
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Su madre debió ir a buscar al niño y casi no hablaron durante el trayecto en tren. Pero en un momento, justo cuando el vagón estaba lleno, ella no lo soportó:
–¡Me has avergonzado, Gabriel! Golpear de ese modo a esos pobres niños.
–Ellos me maltrataron desde el primer día, además son más grandes que yo, te juro que yo no fui.
–Pues Angélica dijo que fuiste tú.
–Es que no le expliqué porque no me iba a entender. Fue algo que había en el sótano, no sé bien cómo sucedió. –Pues yo sí lo sé, sucede que no volverás a ir allí jamás.
El niño miró a su alrededor; algunos pasajeros se habían volteado con disimulo para verlos, por lo que prefirió guardar el secreto. Debía aceptar los hechos; había lastimado a sus dos primos, aunque lo hizo con ayuda de aquella sombra que vio cuando estaba encerrado.
Días después, justo cuando estaba comenzando a olvidar al ser que conoció en el sótano, volvió a encontrarlo; esa vez, en un sueño:
«¡Esos malditos! Lo hemos hecho bien, pero habrá otros; este es un mundo oscuro plagado de enemigos. Pero no debes preocuparte, el Gúlnarok está aquí. El Gúlnarok está en tu interior, y saldrá a la luz cuando lo necesites». Gabriel despertó agitado y empapado en sudor. Pensó que su mente le había jugado una broma, esa horrenda voz que le habló no tenía rostro, no tenía forma. En su sueño solo se vio a sí mismo envuelto en una oscura humareda, pero desde un principio supo que era la misma criatura que vio en el sótano la que le habló.
La noche siguiente, al acostarse, no logró conciliar el sueño con facilidad. Cada vez que estaba a punto de dormirse sentía que las sombras de la habitación se acercaban a su cama, como si decenas de largas patas arácnidas bajaran desde el techo, sorteando las paredes y los muebles, hasta arrastrarse por el suelo. Tras prender la lámpara de su mesa de luz, pudo descansar unas pocas horas.
Los años pasaron y Gabriel no volvió a tener noticias del Gúlnarok, claro que dormía con la luz prendida y evitaba quedarse a oscuras. Sus costumbres lo alejaron de ciertas actividades sociales como ir al cine o quedarse hasta tarde en la casa de un compañero de escuela, y así Gabriel se convirtió en un joven tímido y solitario.
En una oportunidad, su maestra dio para leer un libro de cuentos de terror de varios autores. El joven intentó leerlos, pero cada situación lo envolvía, era demasiado para él. Comenzó con un cuento de Lovecraft que dejó a la mitad porque no soportó la densidad de la atmósfera, quiso seguir con uno de Poe, pero pronto comenzó a sentir las mismas fobias del protagonista. Días después no había terminado ni un solo relato y ya había llegado el momento de la lección:
–A ver, Joaquín, dime tu opinión sobre el libro. ¿Has leído algún cuento?
Joaquín se puso de pie y comenzó a revolear los ojos esperando que algún compañero le proporcionara un dato útil. –Leí uno sobre… un monstruo… –dijo mientras ojeaba el libro–. No recuerdo el nombre.
–¿Acaso leíste La llamada de Cthulhu?
–Ese leí; sí. –Dinos de qué se trata –dijo la maestra.
–Es sobre un llamado telefónico… Aquel que lo recibe, se muere.
–Siéntate, Joaquín –dijo la maestra mientras anotaba otro desaprobado en la libreta del joven–. Dime tú, Gabi, ¿qué cuentos has leído?
Gabi se puso de pie y comenzó a temblar. Era un excelente alumno, y aquella había sido la primera vez que no había terminado una tarea escolar.
–No leí ninguno. Es que…, no sé…, no los pude terminar.
Joaquín comenzó a reír:
–¡Seguro que le dieron miedo!
Gabriel se ruborizó. Era cierto, le habían dado miedo. En cada acción vil que leía se veía así mismo realizándola, cada monstruo en las historias no era más que una máscara distinta para un mismo Gúlnarok.
La maestra perdonó al joven por su falta de lectura.De todas maneras, no era eso lo que preocupaba a Gabriel; él se quedó pensando en qué haría el Gúlnarok ante la risa burlona de Joaquín.
Durante el recreo, Gabriel observó a Joaquín desde lejos, sentado bajo una palmera. Cuando lo vio dirigirse al baño, lo siguió. Allí se puso detrás de él, y las sombras del lugar comenzaron a acercarse. Cuando Joaquín se dio la vuelta, todas las lámparas del baño explotaron a la vez.
No se veía nada, solo una pequeña silueta que comenzó a crecer con proporciones inhumanas.
–Me encanta la oscuridad –dijo la silueta–, pues amplía mi visión. La luz tiende a cegarnos, sin dejarnos ver lo obvio.
Un golpe en el rostro dejó inconsciente a Joaquín. Lo encontraron horas más tarde, pero jamás se atrevió a explicar lo ocurrido. El informe dice que fue un caso de presión ocular. Gabriel no tuvo más dificultades en leer libros a partir de entonces. Joaquín tampoco, con la excepción de que el siguiente libro que leyó estaba escrito en braille.
*******
Una leyenda negra sobre el Gúlnarok se fue extendiendo, primero por el colegio y más tarde por toda la ciudad. Se hablaba de una sombra maligna que perseguía a un niño y que traía la muerte con ella. Era común descubrir a niños agazapados tras un pupitre, tiritando como hojas azotadas por el viento. Cuando eran descubiertos por algún profesor, el alumno solo conseguía responder entre balbuceos que había visto a la sombra negra como la boca de un lobo. Los adultos no les creían, pensaban que los niños habían dejado volar su imaginación abonada por el miedo y la oscuridad. Se habían asustado por el movimiento de una cortina o por el balancear de una lámpara de techo, pero si realmente hubieran encontrado a la sombra ya no estarían con vida.
Luego los mayores comenzaron a creerles. Algunos muchachos aparecieron con los ojos reventados, aplastados con sus propios pulgares. Otros no tuvieron tanta suerte, y sus cabezas fueron enterradas en un agujero excavado en el suelo con una fuerza sobrehumana y posteriormente rellenado, dejando a los niños sin aire que respirar. La oscuridad tenía muchos modos de matar, después de todo. De camino al colegio, Juan Ciechi, un alumno de tercero, atravesó la avenida más concurrida de la ciudad en hora punta, con un trapo cubriéndole los ojos. Alguien le había pegado el trapo con una especie de resina para que no pudiera arrancárselo.
Las muertes se sucedieron una tras otra, hasta la llegada del solsticio de invierno. La noche más larga del año trajo consigo un miedo cerval a la ciudad. Gabriel, más fuerte que nunca, recorrió las calles sembrando la destrucción envuelto por aquella oscuridad duradera.
...
continúa en la tercera y última parte...
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