LA BATERÍA DE ROGER BLATT (2 de 2)

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El nuevo baterista sorprendió a los otros miembros de la banda, fue casi como si su viejo miembro hubiera reencarnado. Sean mismo dijo haber tenido una sensación mágica desde el momento que se sentó en el banquillo de aquel instrumento, y desde entonces jamás toca otra batería que no sea la de Roger Blatt».

–Imagino que esa batería debe ser una de las mejores del mercado –dijo el cliente.

–Para nada –dijo el cantinero–. La batería de Roger Blatt es de la peor calidad. Además, tiene borrada la marca desde hace mucho, y nadie sabe ni en dónde la compró. Pero tiene algo que no te he contado aún.

El cliente abrió los ojos, deseoso de escuchar el resto de la historia...

«Cuando era un niño, Roger Blatt practicaba durante horas con su batería. Soñaba con ser un gran músico, aunque su viejo instrumento era de mala calidad y no le era de mucha ayuda. Pero lo peor de todo era que unos vecinos lo molestaban constantemente.

En el edificio vivían tres muchachos blancos a los que no les agradaba el blues. Una tarde llamaron a su puerta para decirle que no hiciera ruido:

–¡Oye, negro! –le dijeron–. No me dejas ni pensar con esa música vudú.

El pequeño Roger Blatt pidió perdón atemorizado. Vivía solo con su madre, quien estaba trabajando, y no quería problemas con esos vecinos que parecían ser parte de una banda, aunque no precisamente musical.

Al día siguiente cubrió las paredes de su habitación con colchones viejos, aislándola para que no se escucharan los golpes de su instrumento. Pero los muchachos blancos regresaron con sus insultos:

–¿Qué te dije, negro? No quiero oír tus sonidos tribales. Llévate tu música de gorila de nuevo a la selva.

Roger volvió a pensar qué hacer para no ser escuchado, y cubrió con trozos de goma espuma todos los huecos que habían quedado en las paredes de su habitación. Al final, puso unas alfombras a los bombos para hacer menos ruido.

Era imposible que alguien lo escuchara ensayar desde afuera, aun así, los muchachos blancos regresaron, pero esa vez las agresiones no fueron solo verbales.

Apenas se asomó a la puerta ellos entraron y lo empujaron tirándolo al suelo. Mientras dos de ellos lo golpeaban, el otro fue a su habitación y pateó la batería, doblando varios fierros mientras reía a carcajadas.

Por fin se retiraron, dejando a Roger con el rostro ensangrentado. Tras ponerse de pie fue a ver su batería sin siquiera lavarse las heridas, y comenzó a reparar su querido instrumento mientras sus lágrimas y gotas de sangre caían sobre él.

Supo entonces que no tendría más remedio que ensayar en otro sitio, y consiguió un trabajo en un mercado para reparar su batería y alquilar un galpón en las afueras de la ciudad.

El lugar estaba lejos de su hogar, pero una noche los tres muchachos aparecieron con sus motocicletas mientras él ensayaba solo, y le dieron una golpiza peor que la primera:

«¡Enfrenta tu destino, negro!»

«¡No pidas misericordia, que te perdone tu dios!»

El pobre Roger intentaba cubrirse en el suelo mientras los muchachos lo insultaban y pisoteaban.

Luego de dejarlo inconsciente, comenzaron a revolear las partes del instrumento recién reparado y a cortar los parches de todos los tambores con una navaja. Antes de retirarse, uno de los muchachos apoyó el bombo en el suelo, se bajó los pantalones y… bueno, mejor dejo esa parte a tu imaginación.

Roger Blatt lloró durante días hasta que pidió ayuda divina. Su madre le había dado una formación católica, pero harto de rezar para que las cosas le salieran cada vez peor, se dirigió a otro tipo de deidad. Al parecer, algún demonio execrable oyó sus plegarias, probablemente el mismísimo Astaroth.

Roger no pidió nada específico, solo deseaba que esos muchachos blancos no volvieran a molestarlo y que su batería aún pueda ser restaurada. Astaroth, el gran duque del infierno, resolvió sus dos problemas…

Unos días después, los tres muchachos blancos aparecieron asesinados. Fueron encontrados despellejados en el departamento de uno de ellos. La policía quiso culpar a unos indios kiokees que vivían cerca de allí, pero la verdad era que no había ningún tipo de evidencia; nadie había forzado la cerradura ni las ventanas, y lo que es más extraño: ni siquiera se encontró una huella digital.

Ese mismo día, cuando Roger Blatt fue a buscar la batería al galpón con idea de rescatar alguna parte sana y tirar el resto a la basura, la encontró como nueva. Los fierros no estaban doblados, los parches habían sido reemplazados, y aquello que el muchacho blanco había dejado en el bombo tras bajarse los pantalones… bueno, sí, aún estaba allí, pero Roger Blatt lo limpió contento de haber recuperado su instrumento.

Notó que los parches de los tambores eran de un material con el que jamás había tocado, y al probarla supo que aquella batería tenía algo diferente.

Fue como si los parches atrajeran a los palillos cual imanes, haciéndolo tocar en los momentos exactos, como si la batería hiciera todo el trabajo y él fuese solo un títere manejado por hilos invisibles.

Desde entonces jamás dejaba que alguien tocara su batería, y él tampoco utilizó una que no fuese la suya.

Roger Blatt se convirtió en uno de los mejores músicos de todos los tiempos. Y cualquiera que toque con su batería lo hará diez veces mejor que con cualquier otra».

–Me quedaré a escuchar a Los Calamares –dijo el cliente, y luego pagó su bebida dejando una buena propina–. ¿Está seguro de que traerán la batería de Roger Blatt?

–Lo harán –dijo el cantinero–. Te lo aseguro.

–Debo admitir que, siendo uno de los pocos blancos aquí, me da escalofríos imaginar de qué material son los parches de esos tambores.

El cantinero sonrió:

–Disfruta de la música tranquilo, amigo. La que te conté no es más que una de las tantas historias que he oído en este sitio. Una leyenda quizás; una leyenda del blues.

En ese momento llegaron Los Calamares y cargaban, como siempre, la vieja batería de Roger Blatt.

–Otro whisky, por favor –pidió el cliente.

El anciano de la barra puso entonces otro vaso con hielo, y lo llenó con whisky F&7 de etiqueta negra.

FIN


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