UNA GRULLA PARA AZAZEL (4 de 4)
Por Federico Rivolta
Enviado el 16/11/2023, clasificado en Terror / miedo
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Era medianoche cuando comenzaron los ruidos. Se trataba de varios presidiarios chocando tazas metálicas contra los barrotes a unísono. Los insoportables segundos transcurrían y los golpes se escuchaban cada vez con mayor intensidad. Algo se estaba aproximando.
La reja de mi celda se abrió y dos enormes figuras aparecieron. La primera era la de Viktor, la otra era la de uno de sus amigos de casi la misma talla; como si él necesitase a alguien para que lo ayude a encargarse de mí…
Yo estaba acostado en posición fetal en la cama de Rogelio, y en algunas pesadillas que tengo sobre esa noche me veo a mi mismo chupándome el pulgar.
Viktor levantó mi cuerpo con una mano, como lo hacía con las pesas que utilizaba para entrar en calor.
No tenía sentido decir algo; no había palabras en el pobre diccionario de Viktor que pudieran ayudarme a salir airoso de ese asunto.
Me dio un golpe cerca del oído derecho y caí al suelo aturdido. Eso es lo último que recuerdo.
Desperté en enfermería. Y enseguida me miré porque tenía la sensación de que Viktor me había descuartizado, arrancando mis miembros con sus propias manos desproporcionadas. Pero no encontré daños graves, solo un dolor en la mandíbula y un silbido constante que escuchaba a causa del golpe en mi oído.
–No te preocupes –dijo un enfermero–. Estarás bien. Quienes te atacaron no volverán a molestarte.
Me explicó entonces lo que había sucedido. Su voz parecía provenir de adentro de una botella, pero me pareció entender que Viktor y su secuaz habían fallecido. A mí me hallaron inconsciente debajo de la cama, y ellos dos se habían matado el uno al otro; al menos eso es lo que quedó escrito en el expediente. La explicación tiene demasiados huecos, y lo que en verdad ocurrió permanecerá por siempre guardado entre los muros de la cárcel.
Los dos hombres que me atacaron terminaron con múltiples heridas en todo el cuerpo, tenían miles de ellas, quizás diez mil entre los dos. Yo jamás habría podido hacer algo así, y se cerró el caso concluyendo que se apuñalaron entre ellos hasta que ambos murieron a la vez. No eran heridas profundas, como las que un hombre como Viktor podría hacer con una navaja, pero eran tantas que dejaron sus huesos expuestos, tiñendo de rojo el suelo de la celda y volviendo sus rostros y cuerpos irreconocibles.
*
Apenas me sentí mejor quise ver a mi amigo Rogelio, pero me dijeron que también había fallecido. Su corazón no soportó los calmantes y yo no pude despedirme de él.
Días después regresé a mi celda; ya me quedaba poco para quedar en libertad. Las últimas semanas transcurrieron sin problemas; durante ese tiempo nadie se metió conmigo. Luego de lo ocurrido, los otros reclusos me respetaron y hasta comenzaron a apodarme “Azazel”.
El anterior Azazel, Rogelio, fue cremado, y sus restos descansan en un panteón familiar. Yo no sabía que tenía familia; durante el tiempo que estuve en prisión nadie fue a visitarlo. Tampoco me crucé con ningún pariente en el tiempo que llevo yendo al cementerio, y eso que voy a verlo todos los días.
Cada vez que voy llevo una grulla de papel, que se van acumulando. Llevo grullas de diferentes colores y tamaños, una cada día. No sé por qué lo hago, aún no sé qué es lo que creo que pasó aquella noche, pero prefiero respetar ciertas costumbres; solo por si acaso.
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FIN
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