VÍSPERA DE REYES

Malva se sentó en la cocina pensando en la comida del día siguiente, el día de Reyes. Desde el salón llegaba el sonido de la televisión encendida. Le hacía sentirse acompañada en esa casa que ahora le quedaba grande, vacía de voces y risas.

Curvó los labios en una sonrisa nostálgica, pensando en su familia, las gemelas y sus hijos, y el pequeño Anky, el último que abandonó el hogar. Posiblemente su ausencia fue la que más le costó superar, por haber vivido en la casa los dos solos los últimos años. Pero desde que enviudó, ese día se juntaba toda la familia y la alegría volvía a la casa por unas horas.

Apenas era media tarde y fuera estaba oscuro. Todavía tenía que pasar a recoger unas compras para esa noche. «Mamá, no salgas, está empezando a llover, quizá hay hielo en el suelo», le diría Anky, que siempre había estado muy apegado a ella y también se preocupaba en exceso innecesariamente.

Malva cogió el abrigo, los guantes y el paraguas y salió a la calle. El invierno ya se había establecido, el frío intenso le hacía llorar los ojos y pensó que debería haber cogido también el gorro de lana. Regresó a por él. 

Sin embargo al entrar notó que la casa estaba helada y el televisor apagado. También las persianas estaban cerradas. Un escalofrío recorrió su espalda. Presintió que ese día había sido distinto a los demás. Asustada, fue a su dormitorio. Se sentía muy frágil. Tumbada en la cama, cerró fuertemente los ojos como hacía cuando era niña. Si no miraba, lo malo se iría pasándole de largo. Una lágrima recorrió el etéreo rostro. Hasta que se sumió nuevamente en su eterno sueño.

Cada cinco de enero, a media tarde, Anky se dirigía a aquella casa que llevaba años vacía. Cerraba el televisor, las persianas y se quedaba un rato sentado, entregado a la familiar oscuridad. «Adiós, mamá», decía en un susurro al marcharse, como para no desvelarla. Quizá ella estaba todavía ahí.

©Serendipity

Enero 2024