LA ROSA MUERTA

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LA ROSA MUERTA

Se estremeció el caminante al ver su cuerpo yerto. Sintió un escalofrío horrorizado al ver los blandos pliegues de la capa carmesí, de la que fuera deslumbrante vestimenta de la flor muerta. Cerrado el delicado y flácido cuerpo sobre sí; recogidas sus sedosas alas, incapaces ya de respirar el aire fresco de la mañana; perdido su recato virginal ante el abrasador beso del dios del mediodía, como una doncella desvanecida, silente en su estática rigidez sin viento, huérfana ya —olvidada— del cortejo de la miel y la melodía de los insectos.

Embargole un dolor intenso, y un miedo, al verla así envuelta, en el aluminio gélido, en el angosto lecho, bajo la metálica armadura sujeta, con el mutilado tallo ya ensombrecido, impúdicamente exhibido el tierno y tímido cuerpo —rígido, encogido; como pergamino... allí adonde hubo sensual reclamo, labios exigiendo besos, largo tallo que se ofrecía a la caricia de las feraces visitantes que lo recorrieran, dúctiles pétalos insaciables del deseo vital de ser recorridos en su integridad lasciva, con el despliegue lujurioso de los encajes enrojecidos por el rubor abierto de su seno ardiente—, el caminante abandonó los mercantiles templos, dejó atrás a los insensibles fieles de los ritos hueros. Le inundó el hastío, el olor quieto del estanque donde el verdín se alimenta de los herrumbrosos óbolos. Se alejó del mustio paisaje de los gestos sin palabras, de los labios cerrados sobre las mejillas quietas.

Yaciente en ceremonial entorno, cadáver forzoso, aterradora estampa de todo lo muerto, no es dolor y pena por tu marchito cuerpo, sino vino que recorre mis venas, lo que exige alejarse en silencio del sepulcro que han labrado las costumbres y regresar a los senderos donde aún pervive tu recuerdo; allí donde persiste el aroma perfumado que exhalaba tu corola. Mi infantil corazón sigue viendo tu abierta cintura festejando la pagana liturgia de los abrazos inmortales, que atrajeron el toque ligero de las yemas de mis dedos, allí donde las delicadas lenguas de otros seres, alados como yo, disfrutaron de tu sabor intenso.

 


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