AZUCENA

Por
Enviado el , clasificado en Varios / otros
45 visitas

Marcar como relato favorito



                          AZUCENA


   Azucena abre sus ojos, o tal vez los entorna, me resulta difícil distinguirlo; pero en ellos el reproche es escaso, equívoco, casi comprensivo...¿no es en realidad un gesto burlón y torcido, casi un «no te creo»? Es ahora cuando me fijo en sus ojos. ¡Tantos años y resultan ser lindamente azules, limpios, como los de las estampas religiosas de nuestra lejana niñez! Apenas lo pienso me corrijo: «No son tantos años; porque los años de separación, de destierro, el forzado exilio, la ausencia no sentida, la indiferencia...; esos no cuentan». Luego mi voz disfrazada que me habla añade: «Son excusas, y lo sabes. De no ser por la casualidad...».
—Bien —dice mi prima con un tono profesional que me pilla por sorpresa—, lo mirare con calma. —Abre su carpesano y extrae una tarjeta nívea y satinada, en la que destaca un nombre comercial bajo una simpática casita de color escarlata; debajo su nombre Violeta Alonso—. ¿Fue de golpe? —vuelve atrás y retoma el diálogo.
—Sí —mi mirada se hace interior, pensativa: es y no es del todo cierto—; verás..., no. Las cosas iban mal había años. Se acumulan heridas, ocurren cosas...
Violeta presta atención, escrita en mis ojos, en cada sílaba; estudia la forma en que mis labios rozan y se fruncen, se abren o se aprietan uno sobre el otro. Como suelo sonrojarme sin conocer la causa exacta, temo que ella juzgue lo que le digo o crea que miento. Violeta está relajada. Su espléndida cabellera rubia, sus rizos algo infantiles y la cadenilla colgante de oro que adorna su blanco cuello me hacen cuestionar mi pasado, mi indiferencia y mi separación. Ella parece tierna. Sus labios están dulcemente relajados, sin la tensión que atenaza los míos. Está más delgada que la última vez que la vi... ¿doce años?, seguramente: 12 años atrás. Ahora comprendo: eso es lo que me ha ruborizado. ¿Pensará ella lo mismo? ¿La abyecta separación familiar, mi incapacidad para elevarme por encima de la bajeza de mi padre, de mi madre, de la tenebrosa dominación de mi familia paterna, de mi manipuladora abuela? ¿Tendrá la visión de mi inhumanidad como algo profundo, propio, intrínseco, y no de algo que es fruto de la inercia y la educación en la insensibilidad y el desprecio? Eso, lo descubro ahora, es lo que ha hecho que el sofoco que siento se haya traslucido en el enrojecimiento de mis mejillas. Ella lo ve, seguro, y me siento desvalido ante ella, desnudo, incapaz de articular ni una palabra coherentemente.
—Es igual. A mí me ocurrió algo parecido.
—¿Te has separado?
—Divorciado. Él no me convenía. Ahora estoy mejor. Al principio te costará, pero verás que es lo mejor.
Su mirada es lúcida e inteligente. Me hace sentir inferior y hasta algo sucio. No soy mejor que ella.
Ha puesto una mano sobre mi brazo. Yo me siento incómodo, sin saber porqué. Le he explicado que dejó a Irene porque me he enamorado de Patricia. «¿Así, de repente... Pero, sólo la has visto una vez?», me alerta. Debo parecerle un incauto, un loco o un ingenuo; en cualquier caso un inmaduro.
Consulta su reloj de muñeca —una muñeca fina y estrecha de un palidísimo tono de piel; un reloj caro—; también el antebrazo es delgado y pálido, más bien, toda ella es frágil, delgada, delicada y tierna, salvo su profunda mirada de diosa griega.
—Tengo que irme —me dice, apurando su café—. Te llamaré.
Me levanto y nos dirigimos a la salida. La plazuela está muy transitada. El viejo ambulatorio, ya en desuso es tan decadente como el pasado en que recuerdo a Azucena, en el viejo piso de mis tíos, sin ascensor, con la escalera desconchada y el pasamanos de madera oscura. Gira la cabeza para que la despida con dos besos. Lo hago procurando dejar un espacio ancho entre mi pecho y el de ella. Antes de dar la vuelta en dirección a la agencia inmobiliaria se vuelve y me sonríe. Entonces es cuando descubro otra cosa: que lo que me resulta ajeno en ella, y me ha desorientado todo el tiempo es que se ha sometido a una operación estética: su nariz ha sido remodelada; tal vez sea más hermosa..., pero no es ella.

Cuando encontré mi nueva vivienda la fui a ver y le agradecí el esfuerzo y la dedicación. No la volví a ver más. Mucho después, una mórbida tarde de agosto, ya, solo de nuevo, me acordé de ella; la contemplé como no lo hice aquella mañana: como una hermosa mujer muy deseable. Me asaltó una idea: me hubiera gustado hacer el amor con ella. Tendidos en la cama, los dos desnudos, con la brisa de las ventanas abiertas, acariciando su cuello, sus pechos, sus muslos, el musgo de su vientre...
¿Qué había perdido en mi vida tan solitaria y vacía?, pensé con una flecha de hielo atravesando mis recuerdos.


 Títulos anteriores
_____________________


_____________________
• Brita
• Piero
• Iscla Soler
• El palomar
,•La rata
• Isabelita
• Una pareja imperfecta
• Intolerancia
• Noche de solsticio
• Amparo
• Tasado







                       (Historias de la calle Córcega)


¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales

Denunciar relato

Comentarios

COMENTAR

(No se hará publico)
Seguridad:
Indica el resultado correcto

Por favor, se respetuoso con tus comentarios, no insultes ni agravies.

Buscador

ElevoPress - Servicio de mantenimiento WordPress Cursos online gratuitos de escritura y redacción

Síguenos en:

Facebook Twitter RSS feed