Despacio

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Enviado el , clasificado en Amor / Románticos
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          He recorrido kilómetros formando parte de los pájaros de acero que surcan el cielo de nuestra época. He cruzado tierras y mares adelantando el reloj en mi camino, acelerando el paso de la noche y creando un amanecer compartido en el destino. Ella contemplando la salida del astro rey en tierra desde la ventana de su casa, yo acercándome al sol allá arriba, sobre nubes de algodón.

     No hace falta que vengas al aeropuerto, descansa mi ángel mi cielo. Descansa que tienes trabajo y yo necesito respirar el aire nuevo, yo necesito recuperar el sueño.

         Esa tarde, yo descansado y limpio, ella simplemente maravillosa, nos encontramos en una estación de tren. El abrazo, el encuentro, tu cálida piel, tu rostro de ensueño que ya no es sueño si no realidad. Tu sonrisa de labios y ojos, tu voz que acaricia y contagia una inmensa alegría que no cabe en mi cuerpo, que me llena a partes iguales de energía y nervios.

     El tren silba, o yo le oigo silbar, el tren parte y a través de la ventanilla, al salir de la estación, las casas huyen de vuelta, quizás tristes por no poder acompañarnos.

       La estación destino es pequeña, coqueta, tímida. Se esconde en medio de lo que ya es montaña y bosque. El cielo encapotado, el aire húmedo pero templado, aguantando y negando por el momento, el paso a la lluvia.

       Caminamos casi media hora, pasamos junto a un río revoltoso, atravesamos el sendero de tierra rodeado de árboles altos, de flores a ratos. Flores que tratan de competir en belleza con la mujer que me acompaña, flores que, para mi dicha y su desgracia, no logran hacerle sombra.

       La habitación del hotel es mágica. Entramos con sigilo, mirando con curiosidad alrededor. El techo de madera, la cama de madera, las sillas y mesitas de madera. Paredes blancas, un saloncito presumido, mesa baja y sillón de tela a rayas. Y al fondo, tras un ventanal, la terraza, cubierta de plantas y verde... la terraza y las vistas impresionantes, el río diminuto al fondo de la garganta y las montañas. 

      El tiempo pasa pero no pasa, mientras el cálido aire cargado de humedad acaricia nuestros rostros. Mi mano derecha se encuentra con su mano izquierda como por casualidad. Los dedos entrelazados y el calor que va directo al corazón.

      Existe el tiempo, pero el tiempo esta quieto, y mi mente más atenta que nunca se encuentra enfrascada en la misión de grabar cada momento, registrar cada sensación, recordar para siempre, si eso es acaso posible, que se siente en el paraiso.

       Cuando el aire se torna fresco y la noche gana la batalla, volvemos a la habitación, nos sentamos en el sillón de tela y nos miramos. No sé que verá ella en mi, ¿quizás amor? ¿quizás anhelo? ¿quizás admiración? No sé que verá ella en mi pero yo sí sé lo que veo en ella, veo belleza, veo paz, veo lo que ven los ángeles cuando observan eternamente a la más pura de las almas.

         El beso llega, despacio. El beso llega y ocupa todo. El beso llega y me deja sin palabras. Siento no poder contar a que sabe, siento no poder describir lo que siento... siento que solo siento que aquel momento merece justicia, merece ser contado por un genio de la palabra, así que, con su permiso, me retiro a un lado y les pido disculpas por mi incapacidad en este menester.

       Y si carezco de la necesaria destreza para narrar el arte de besar. Ni les cuento mi total torpeza para describir lo que viene. No es vergüenza, aunque un poco de eso también hay. Es simplemente que algunas cosas se viven y no se cuentan a menos que la elegancia del relato esté a la altura. Nuevamente les pido perdón, no está en mi afán decepcionarles, pero llego hasta dónde puedo llegar y no quiero, ni puedo, restar brillo a su memoria. 

Dejo pues a mis lectores trabajo, un trabajo de imaginación.

Solo decirles que las nubes se retiraron y el oscuro firmamento se llenó de estrellas.

Solo contarles que la luna incompleta, cotilla, echó un vistazo y sonrió.


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