JENNIFER

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                           JENNIFER


   Hoy lo sé, me equivoqué; hoy puedo reconocerlo, tuve miedo. ¿Miedo de ti o miedo de mí?


Sigo viéndote llegar con tu paso lento y desigual por la Ronda de Sant Pere; con tu habitual retraso. Reproduzco mis emociones de aquellos meses, los encontrados sentimientos hacia ti. Mi soledad.


El día de nuestro encuentro primero, furtivo...; pero no fue el primero: el primero fue un desafortunado guiño de la vida. Te esperé en el Passeig de Gràcia, el punto elegido. El hormigueo de turistas distraía mi nerviosismo. El reloj, ese espejismo de los momentos, junto a mi tímido acomplejamiento, la inseguridad y las dudas nos dejaron a los veinte minutos de espera. Me retiré de la mano de mi sombra solitaria. «Me retrasé», «unos minutos». «Llegué en un taxi..., no te vi.»


Constancia. Primer encuentro físico: Diagonal. Era el día de agosto de mi cumpleaños: tú serías mi verdadera celebración. Llegaste con tu vencido prejuicio, con tu figura madura, tus cabellos rubios de media melena, el andar indisimulado de tu leve cojera, tu voz dulce con el trino de las coloridas tierras de Paraguay. Con la experiencia de una cirujana, sin nada que perder entraste en el terroso desierto de mi vida inconclusa. Tomamos ese primer café en la cafetería Farga: tu café expreso y tu vasito de agua (sería tan familiar luego...).


Tras el cruce de expectativas los pasos y las contingencias compartidas en el jardin semivacío del sábado matinal. Me telefoneó mi amigo Marcos para felicitarme. Con el sentido del náufrago que ha encontrado la salvadora tabla donde sujetarse: «Estoy con una mujer muy guapa, con los ojos color de mar más hermosos de Barcelona».


Largos meses de citas en el mismo lugar casi todas. Paseos. Entrelazamiento de manos. Aquella tarde... Subiendo por el concurrido paseo en el invierno barcelonés. Tus manos frías, tus dedos gordezuelos entre los míos. Invadido por la ternura con que me haces un ser distinto y cariñoso, libre iluminado, introduzco tu mano en el bolsillo del chaquetón de pana azul. Tú te encoges junto a mi pecho...¡Estuvimos tan cerca...!


Me condujiste a tu reino, cerca de la estatua de Colón. íbamos abrazados Tus ojos de cielo limpio estaban iluminados. Paraste un momento, tus cristalinos perforaron mi alma. Tú beso fue largo y suave como en una película romántica. «Va siendo hora de que tú y yo nos acostemos» musitaste como si se tratase de ti primer amor, de una salida de rutina que quisiste encender con la pasión que controlábamos a la par; señalaste la calle donde tenías tu piso.


Y el último día. Me invitaste a un estreno cinematográfico. Un musical en las tierras del éxito norteamericano. Elegiste bien, pesar de mis reticencias. Un amor perdido, condenado a ser y mustiarse. Tu cuerpo cálido, tu boca ardiente, tu lengua adueñándose de mi boca..., ¿acaso la ingenua adolescencia tiene una edad fija? ¿no son los muertos del resto de la vida quienes ponen candados y barrotes a los deseos espontáneos, las necesidades hirvientes, las ilusiones perpetuas, la inocencia de la entrega verdadera, la rebelión contra lo anodino y lo gris de los estanques inertes?

Me equivoqué..., lo sé; me estaba equivocando. ¡Oh, es que quizá no lo sabia ya...! Fue el miedo a la vida, Jenny. Fue la falta de fe en los instintos. El freno de las incertidumbres, la escasez de mi experiencia, mi corazón inconsecuente... Y te perdí; no me perdiste tú: te perdí a ti, dejé escapar el que entonces fue el último rayo de luz.

Como el día primero de nuestro frustrado encuentro. La maldición del oráculo funesto. Desesperado te telefoneé. Huyendo de una nueva cárcel, estremecido de nostalgia, aterrado ante la sombra de nuevos barrotes cubiertos de óxido... y no te encontré. Mientras subía hacia la linea 5 del metro me despedía de ti con un soplo en el pecho que empezaba a consumirme.


Los hilos de la memoria son como los caminos; tienen un origen y tienen un final; dos direcciones y se recorren en cualquiera de los dos sentidos múltiples veces.
Así un primer encuentro fallido, un primer café, el océano brillante de unos ojos, el disfrute de ver acercarse, paso a paso, a una mujer interesante, la paciente escucha, los interrogantes, la distancia de un lejano país, desconocido, los posibles, los imposibles, las dudas, los miedos; la mano en el bolsillo y la tensión de los deseos, un beso tierno pero apasionado al final del largo paseo, la furtividad de un café y un vaso de agua ritual...


La memoria es como un gran tapiz compuesto de numerosos hilos entretejidos; cuando nos fijamos en uno aisladamente, perdemos la visión del conjunto: el final nos impide recordar el inicio.



                       (Historias de la calle Córcega)


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