LUCES DE SEPTIEMBRE
Son los ojos vidriosos de la noche. La noche tiene vacío de aves y vuelo mudo de murciélagos. Y tú, no estás. Más sí por dentro, como la savia perpendicular. En las palmeadas hojas de las ramas. Estás en el reflejo del estanque. Tus ojos brillan. Aura de firmamento inconmensurable. ¿Y tu voz...? No te oigo. Escucho con la intensidad de las tres de la madrugada.
Hurgo las entrañas visceradas, pero no te oigo. Tal vez porque nunca te oí. Tal vez porque tu voz se expresa en párrafos tenues y en besos arquetípicos. Arquera fabulosa, jinete que eres radios circulares.
Lejos se extingue el rayo último de Febo, desvaneciendo otro giro planetario en la redoma de los símbolos ocultos. ¡Ah, porque somos sueño, viajeros de fuego, paralelas de hierro que sostienen los cuerpos mutilados de las catedrales y las piedras blanquecinas! Nuestras fronteras no tienen los colores de las telas ancestrales: somos las hijas furiosas de los tiempos. ¡Es la hora, compañera, tenemos que colaborar en la construcción de un mundo nuevo! Me sostienes en tu fecundidad impenetrable. En tus brazos de ermita solitaria reposo y duermo. Luna vestal impregnada de la catarata oculta, paseamos de la mano...y sólo los tritones amamantados por las sirenas espumosas cantan para nosotros, entre los paseos solitarios y las luces de septiembre.
(En París)
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