EN EL ESPIGÓN
Mi querida Amelia, un cambio de guarismo no significa un cambio en la realidad circundante. Hoy he vuelto a nuestro viejo barrio. Observé los edificios, las calzadas, el paso de los vehículos, el tránsito de la ciudadanía... todo parecía exactamente igual que dos años atrás.
Verdaderamente no me sentí extraño. Era como si siguiera allí, como si no me hubiera ausentado un solo día; casi me movía con el mismo automatismo que cuando vivía ahí. Está claro que sigo siendo una persona que no arraiga... o, quizá, alguien que se arraiga allí donde se encuentra.
Me pregunté si era cierto aquello de que el tiempo parecía haberse congelado mientras uno había evolucionado o cambiado. Creo que no. Más bien, Amelia, lo que estaba paralizado es una parte de nosotros mismos; es decir, una porción de nuestra mente permanece en los momentos del pasado, en la vida que vivimos, inmutable... Tampoco, perdemos detalles y rellenamos los huecos con injertos de otros recuerdos y vivencias, los hacemos encajar y así completamos una secuencia de hechos con fragmentos de nuestras nuevas experiencias proyectadas a nuestro pasado. Algo así.
Quizá sea lo que sentimos al recrear en nuestro pensamiento un instante ya huido. Evitamos sentir las frustraciones y esperanzas malogradas para mantener la menos dolorosa conclusión de que no hemos sido nosotros sino los demás los causantes de nuestras decepciones. Vivimos entre fantasmas, los que produce nuestra mente protectora.
También volví a caminar hasta el espigón, nuestro espigón, ya sabes. Echo de menos los sábados en que bajábamos la rambla, con el viento convirtiendo nuestros abrigos en velas de un incierto navío. Pienso en la vez que era tan fuerte que tiraba para atrás de nosotros y tú perdiste pie y te sujetaste de mi antebrazo. Te miré y me sonreías. Tus labios y tus dientes tenían la pureza e inocencia de una colegial. Te apretaste contra mí y nos miramos en un aleteo, en un soplo, sin una sola palabra. Luego los rugidos de las olas rompiendo contra las piedras grises, pulidas, ciclópeas nos devolvieron al disfrute de nuestra bella amistad. Me siento feliz al recordarlo, Amelia, como si de repente este recuerdo me hubiera devuelto a aquel pasado. ¿No será que mis raíces son los intensos momentos de la vida, el lugar físico al que pertenezco?
(Cartas a Amelia)
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