DIÁLOGOS DE MEDIANOCHE (1)

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         DIÁLOGOS DE MEDIANOCHE (1)
                            


Bistró Leo, 202 de la calle Aribau.
Los dos personajes, una mujer y un hombre en la flor de la madurez, llegan a la puerta del local al mismo tiempo.
Ella lleva una gabardina beige con un sombrero a juego y un paraguas a cuadros de tonos ocres; él, despeinado, viste un chaquetón tres cuartos color azul oscuro mojado por la lluvia nocturna. Una bufanda a cuadros escoceses cubre la camisa gris perla, que contrasta con el pantalón de pana de estrías finas.
El local está iluminado en tonos cálidos con lámparas doradas de época y pantallas verdes. Los paneles de madera de embero hacen juego con las brillantes mesas sobre las que destacan puestas en pie las cartas de menú. El camarero está ocupado dando brillo a unas tazas impolutamente blancas. A una mesa, una mujer ya mayor, de cabello cano a mechas; en otra, más apartada, una pareja joven; ella sujeta las manos de él. En el bistró se esparcen olores de canela y café, pan tostado y bollos de mantequilla.

—Usted primero —indica la mujer, sosteniendo la puerta del local.
El hombre sonríe y con un gesto que acerca su antebrazo al de la mujer sin llegar a rozarlo:
—Por favor...

(Ella devuelve la sonrisa, acepta y pasa primero. Sus labios relucen de un discreto carmín. Está tan suavemente maquillada que le da un aspecto de selecta naturalidad. Tras la mujer, entra en el cálido local el hombre
La mujer busca asiento a una mesa cercana a las ventanas y un radiador. Él camina al mostrador y pide una consumición. Breves minutos después, sostiene dos platos con sendas tazas humeantes que despiden un penetrante aroma de café. Se acerca a la mesa de la mujer y deposita una.)

—Me he permitido... Espero que no le disguste el café, de lo contrario...

(La mujer lo mira con atención un par de segundos. Unas líneas de concentración surcan las pequeñas bolsas bajo sus ojos. Responde con una sonrisa que deja ver una perfecta dentadura deslumbrantemente blanca.)

—Gracias..., no debía usted...
—No es nada. Imagino que tiene usted tanto frío como yo en esta noche desapacible.

(Se aleja con el plato y la taza restante para depositarlos en otra mesa, unos cuatro metros más allá, junto a otra ventana cuyo vidrio está cubierto con un entelado de vapor, surcado por dos o tres lagrimones que resbalan a una lentitud exasperante hacia el marco inferior de la misma. El camarero se acerca a la mesa de la mujer; luego vuelve tras el largo mostrador de madera de caoba y artesanados claros. Instantes después deposita un plato con un bizcocho de sara en la mesa del hombre. Éste lo mira con sorpresa.)

—De parte de la señora.
(Indica con un discreto y ligero gesto de la cabeza hacia la mesa de la mujer. El camarero deja un segundo plato con igual contenido donde está ella sentada. El hombre dirige sus ojos hacia la mujer y dice con una sonrisa que hincha sus mejillas.)

—Gracias.
(Sorbe de su taza y mordisquea un pedazo del pastel de mantequilla coronado de almendras laminadas. En ese momento, la mujer le hace un gesto. Sus cejas están elevadas y sus ojos muy abiertos. El gesto es de invitación a sentarse a su mesa. Él ladea la cabeza en un gesto de sorpresa, se levanta, toma los dos platos, se dirige la mesa que ella ocupa y toma asiento.)


Él: Muchas gracias. No era necesario...

Ella (extendiendo la mano): María Mercedes, pero mis amigos me llaman Marce. Espero que le guste el pastelito.

Él asiente (estrechando la mano de la mujer en la suya): Rubén.

Marce: ¿Había venido a este local antes? ¿Es usted asiduo?

Rubén (Apreciando la belleza de la boca carnosa de la mujer, a cuyos lados aparecen los atractivos surcos de la edad): Sí, pero no a esta hora. No sabía que permanecía abierto hasta tan tarde.

Marce: Yo soy noctámbula, sabe usted. Las calles son más tranquilas y el tráfico menos molesto.

(El hombre corta con la cucharilla un pedazo de bizcocho y lo sumerge un instante en el interior de la taza, antes de llevarlo a los labios.)

Rubén (Mostrando otro pedazo de pastelillo en el cuenco de la cucharita): Es excelente. (Luego continúa la conversación) ¿Tal vez por eso no la había visto antes?

Marce: No soy del barrio; vivo en Gràcia, pero prefiero el Eixample para deambular por la noche. (Suspira quejumbrosa) El turismo está arruinado está ciudad.

Rubén (Observa tras el cristal. Eleva los ojos al cielo encapotado): No es la mejor noche; el pronóstico es de llovizna hasta mañana.

Marce: La lluvia es una entrañable compañera de los caminantes.

Rubén: La noche es de los corazones solitarios. Algún poeta lo ha escrito.

Marce: ¿Quién? (A continuación aprieta los párpados en un gesto de picardía) Es usted un poeta.

Rubén: Poesía es la metáfora de la lluvia: es usted la poeta, créame.

Ella ríe y se lleva la taza a los labios. Él explora el rostro femenino. Apura su taza y termina los restos del pastel.

Marce: La lluvia y la soledad... (hace una pausa introspectiva) Eso son las metáforas de la melancolía y nos llevan a cierta nostalgia.

Rubén: ¿Es usted melancólica? (Inmediatamente:) ¿ Tiene accesos de nostalgia?

Marce: ¿No será usted médico...? (Lapso) Del alma, quiero decir.

Rubén: La medicina del alma no es la razón: es el amor.

Ella se echa a reír. Ha colocado ambas manos alrededor de la taza, ya vacía y templada.

Marce: Parece que va a seguir, ¿no le parece?

Rubén: ¿De qué siente usted nostalgia..., Marce, si me permite llamarla así?

El fuerte estruendo de un trueno, seguido de un par de relámpagos que iluminan las aceras encharcadas hace que Marce se estremezca. No pasa desapercibido para Rubén.

Rubén: ¿Me parece que tendremos que seguir aquí un rato? Usted no puede regresar a su barrio bajo está lluvia.

Marce: No tengo prisa. (Consulta su móvil) Hasta la una no cierran. Pero, usted...

Rubén: Por favor: Rubén.

Marce: ... Rubén, le estarán esperando.

Rubén (Negando con la cabeza): Niebla.

Marce: ¿Cómo dice?

Rubén (Con una sonrisa en los labios): Mi gata.

 (Otro trueno, ya lejano y más suave)

Marce: ¿No está usted casado?

Rubén (Negando con la cabeza): ¿Y tú?

Marce: Lo estuve...Dos veces; salió mal.

Rubén: Esas cosas no suelen salir bien.

Marce (Aceptando el tuteo): Errores... ¿Nunca sentiste la tentación...?

El hombre mira hacia la calle. La lluvia comienza a mermar. Ella espera. Sus dedos se aprietan en los puños.

Marce: No tienes que contestar.

Rubén: ¿Otro café?


 

                                                (Continuará)


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