Promesa de otoño

Por
Enviado el , clasificado en Amor / Románticos
70 visitas

Marcar como relato favorito

Cada año, cuando las primeras hojas comenzaban a dorarse y el viento traía ese aroma dulce y melancólico del otoño, Valeria y Tomás volvían a encontrarse en el mismo banco del parque, bajo el mismo árbol de arce que, como ellos, parecía resistirse al paso del tiempo.

Se conocieron en ese parque cuando apenas eran unos niños. Valeria lloraba porque su cometa se había atorado en una rama alta, y Tomás, con su espíritu resuelto y temerario, trepó sin pensarlo. Desde entonces, compartieron otoños como si fueran estaciones solo suyas: paseos entre crujidos de hojas secas, termos de chocolate caliente, y silencios cómodos que hablaban con miradas.

El otoño tenía algo de mágico, pensaba Valeria. Tal vez era la forma en que todo parecía desprenderse de lo viejo para dejar espacio a lo nuevo. Pero lo curioso con Tomás era que, año tras año, su amistad no se deshojaba. Al contrario, parecía afianzarse con cada estación.

—¿Te acuerdas de cuando pintamos hojas con témpera y fingimos que eran billetes de oro? —preguntó Tomás una tarde, mientras el sol declinaba sobre las copas anaranjadas.

—Claro. Juramos que nunca nos separaríamos si alguna vez éramos ricos —rió Valeria—. Aunque tú siempre decías que tu tesoro ya estaba aquí.

Tomás sonrió, pero no respondió. Guardó silencio unos segundos, contemplando cómo una hoja, como danzando, caía entre ellos y se posaba en el banco.

—Valeria, a veces pienso que la vida entera es como el otoño. Todo cambia, se transforma... pero hay cosas que, aunque cambien de forma, no desaparecen. Como tú y yo.

Ella lo miró con esa ternura que solo se reserva para los recuerdos vivos. Era cierto. Habían crecido, habían amado a otros, se habían perdido de vista algunos inviernos. Pero el otoño siempre los traía de vuelta, como si fueran parte del mismo ciclo.

—¿Y si este otoño dejamos de esperarlo solo como amigos? —se atrevió a decir él, con voz temblorosa, como una hoja resistiéndose a caer.

Valeria lo miró en silencio. Luego, tomó su mano, cálida a pesar del viento.

—Tal vez sea tiempo de dejar que algo florezca, incluso en medio del otoño.

Y así, entre hojas secas y promesas nuevas, el amor que alguna vez se disfrazó de amistad comenzó a brotar, no con la fuerza impetuosa de la primavera, sino con la calma dorada y sincera del otoño.

Porque hay amores que no llegan con flores, sino con hojas que caen... y se quedan.


¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales

Denunciar relato

Comentarios

COMENTAR

(No se hará publico)
Seguridad:
Indica el resultado correcto

Por favor, se respetuoso con tus comentarios, no insultes ni agravies.

Buscador

ElevoPress - Servicio de mantenimiento WordPress Zapatos para bebés, niños y niñas con grandes descuentos

Síguenos en:

Facebook Twitter RSS feed