Mi vida en facturas y lista de sueños sin cumplir.

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Nací con una deuda simbólica: el recibo del parto, que no pagué yo, pero que ya me inscribía en el sistema.  

A los tres meses, llegó la primera factura de pañales. No venía con IVA.

Luego, la luz. La de la habitación infantil, encendida toda la noche por miedo a los monstruos. ¡Que la luz está muy cara¡

La infancia fue una sucesión de pagos indirectos: excursiones escolares, libros de texto, zapatillas... 

 

A los dieciocho, la primera factura a mi nombre: un móvil.  

A los veinte, el alquiler compartido con tres amigos y una nevera llena de cervezas.  

A los veinticinco, la hipoteca.  

A los treinta, el seguro de vida. 

 

Cada década traía nuevas facturas:  

- Las del coche. 

- Las del dentista.

- Las del colegio de los hijos.

 

A los cincuenta, empecé a guardar las facturas.

 

A los sesenta, ya no las leía. Solo las pagaba. Como quien paga por seguir en la función. 

A los setenta, me jubilé. Y entonces llegaron las facturas del tiempo libre:  

- Talleres de cerámica  

- Viajes con seguro médico obligatorio  

- Cafés con suplemento por terraza.

 

A los ochenta, dejé de pagar algunas.  

Y cuando parti, dejé una última factura pagada, la de mi entierro.  

 

Y esta es mi vida en facturas y esta es mi lista de sueños incumplidos.

Astronauta sin bandera. 

Pirata de los siete mares honrado. 

Cowboy amigo de los sioux.


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