La observó a hurtadillas desde su puesto en la cola. Lejos de ella, tras la ventanilla ovalada, una aburrida pelirroja, entrada en años, preguntaba uno a una por la sala de proyección que quería o el nombre de la cinta que quería visionar. La mujer hacía su trabajo displicente y maquinalmente.
La mirada de él, con una persistencia inconsciente, buscaba a la mujer de la fila una y otra vez. Se recriminaba por ello, pero sus ojos parecían conducirlo a la figura del paraguas transparente, que pacientemente esperaba su turno frente a la taquilla.
Por fin, ella alcanzó el tablero de madera gastada. Él se agitó nervioso, casi presa de la histeria de no saber. ¿Por qué? ¿Qué le ocurría? Estaba imantado y por más que luchaba en su interior no lograba repeler la fuerza de aquella mujer. Sentía las mejillas enrojecidas y el pulso golpeando en sus sienes; la saliva se le acumulaba en la boca.
Salto del corazón en el pecho. La mujer señaló hacia el cartel de la película. La relajación hizo descender la adrenalina. Era la cinta que él también quería ver. ¿Casualidad? Naturalmente, no era supersticioso ni creía en el destino: sólo en el condicionado cruce de situaciones. Causalidad que abre caminos. Ruptura de continuidades; en suma, la vida.
En la sala apenas había diez personas distribuidas irregularmente en las butacas de raso bermellón.
Él la distinguió rápidamente, allí estaba, expectante. Solamente una vez ella se giró y lo miró. ¿Lo hizo directamente? ¿Lo habría visto antes, en el final de la cola, sin que él la hubiera descubierto hasta que sus ojos quedarán hipnotizados por su perfil sereno y el cuerpo realzado por el impermeable beige abrochado por el cinturón de hebilla gruesa?
La intriga del film de desarrolló vivazmente; un guión creativo; un asesinato sin resolver; ¿se resolvió? Las dudas e incorrecciones marcaron el final de la película.
Cuando la película terminó, la sala permaneció a oscuras.
Ella parpadeó y, por un instante, las sombras en las butacas parecieron girar hacia ella… y hacia él. Cada gesto suyo coincidía con algo que reconocía, aunque no supiera cuándo lo había hecho.
La pantalla se iluminó de nuevo, pero no mostraba ninguna historia nueva: mostraba su reflejo y el tuyo, entrelazados, como si ambos fueran partes de la misma escena.
Intentó moverse, gritar, desaparecer… pero cada acción ya estaba proyectada, repetida, anticipada, atrapada en fotogramas que cambiaban a medida que los mirabas.
Una voz surgió de todas partes y de ninguna: “¿Quién observa a quién? ¿Quién describe a quién?”
Sintió que las paredes de la sala se disolvían, que el proyector estaba dentro de su mente… y quizá también dentro de la suya.
Entonces entendió que no había final. Tal vez nunca lo hubo. Tal vez, desde que abriste este relato, tú también estabas dentro de la película.
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