CITA A CIEGAS CON UN LIBRO DE 1865

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                     CITA A CIEGAS

             CON UN LIBRO DE 1865

   ¿Saben qué es el alborozo? Pues, Damián paseaba en la feria del libro de segunda mano y sus ojos acariciaban lomos y cubiertas con esa sensación en el pecho. Algunas personas desconocen ese aleteo en el interior, y no conocen el ansia de dejarse deslumbrar por títulos, colorido de las tapas, nombres de autores, colecciones, editoriales: sólo con eso, ya se aprende. Igual que basta el olor del papel y la tinta para desatar un torrente intenso de recuerdos, aspiraciones de descubrimientos y viajes de fantasía arrebujado en su sofá entre sus cojines.
Damián hoy tiene prisa.  Está buscando. ¿Qué busca?: el regalo de Miriam.
Mirian le ha mandado un correo. "Hay un tesoro envuelto para ti. Descúbrelo y tráelo al café de Astorga. Te esperaré". 
Se suceden los tenderetes y los ojos de Damián se afanan. Pero piensa en Miriam. Entre ellos hay un vínculo sin retos, un lazo íntimo y profundo que los hace una unidad aparte: un ser compuesto en que crepitan tantas cosas que ninguno explica ni define, pero que es como una corriente cósmica o un río de lava en las profundidades de la Tierra; o como el inaudible sonido de la savia bajo.la corteza y los troncos de los árboles.
«¡Ahí; ahí está!» Ha sido la voz interna, la misma que lee y se diversifica en cada personaje de las novelas, como la voz que detalla los momentos y las situaciones en que se desenvuelve la acción de la historias, los pensamientos de los personajes y los diálogos ingeniosos.
La voz y el galope del corazón: Miriam espera. Igual que el tesoro: el libro envuelto en periódico, abrazado por un lazo de cuerda y adornado con una flor de artesanal de lana. El libro no tiene precio. El librero, un hombre mayor le sonríe. «No está en venta. Es un libro de 1865, pero no se puede desenvolver. Lo ha comprado una mujer y me ha pedido que lo deje expuesto hasta que llegue quien lo sepa apreciar.» El hombre miró a Damián escrutadoramente. «Me ha dicho algo extraño: Es la invitación para una cita a ciegas».
Damián se quedó pensativo y confuso. Con una sonrisa, el librero asió cuidadosamente el libro y lo tendió a Damián que lo tomó con sus dos manos. Entonces percibió el suave aroma de un perfume de mujer que conocía muy bien: Miriam se había aproximado a él por detrás, colocó sus manos cubriendo sus ojos y le susurró: «El tesoro es nuestra historia en el Océano Pacífico. Yo soy la sirena y tú el capitán solitario del barco que embarrancó. ¿Vamos juntos?»
Damián no necesitó abrir los ojos para ver. Todo se volvió imagen en su mente: el oleaje manso, la bruma azulada, el rumor de las velas desgarradas por el viento del recuerdo. Miriam seguía detrás de él, y su voz (esa voz, que era siempre un ancla y tormenta) lo envolvía.
—Vamos —dijo él, casi en un suspiro.
Cuando ella retiró las manos, el bullicio de la feria volvió a tomar cuerpo: los pasos, las voces, el roce de las páginas al pasar, el olor a tinta vieja. Damián miró el libro envuelto. Lo sostuvo contra el pecho con una reverencia que era casi plegaria.
—¿Puedo abrirlo? —preguntó, más por ceremonia que por duda.
Miriam negó con suavidad y una media sonrisa pícara
—Todavía no. Cada historia tiene su hora —respondió, con esa sonrisa que mezclaba misterio y ternura
—Pero puedo decirte que dentro hay algo más que letras antiguas: hay una carta.
Damián la miró, incrédulo.
—¿Una carta?
—Sí —dijo ella—. Es de un hombre que en 1865 cruzó el mar buscando a una mujer a la que nunca dejó de escribir, aunque jamás obtuvo respuesta. Su diario se perdió... hasta hoy.
El viento jugueteó con la flor de lana del paquete, y por un instante pareció que el pasado se deshilaba en el aire. Damián pensó en lo que aquella historia significaba, el eco de los amores que sobrevivían al tiempo y a los naufragios…. (¡Cómo ellos!)
—Entonces... —murmuró— ¿esta cita a ciegas es también con él?
Miriam asintió.
—Con él, con nosotros, con todos los que alguna vez creyeron que las palabras pueden salvar del olvido.
Y juntos, tomados de la mano, comenzaron a caminar hacia el café de Astorga, donde el reloj del torreón marcaba las seis en punto, y el libro de 1865 aguardaba para revelar su secreto.
El café de Astorga tenía ese aire antiguo con el suelo de madera que parece conservar el eco de las conversaciones y siembra calidez en el aire. En una esquina, junto a la ventana empañada por la llovizna, Miriam y Damián se sentaron frente a frente. Entre ellos, el libro envuelto en papel de periódico esperaba sobre la mesa, como un corazón que aún no se atreve a latir.
El camarero les sirvió dos cafés humeantes. Nadie dijo nada durante unos segundos. Solo el golpeteo suave de la lluvia y el chisporroteo lejano de la cafetera acompañaban el momento.
—Ahora sí —dijo ella con una sonrisa apenas dibujada.
Damián desató con cuidado el lazo de cuerda. El nudo cedió sin resistencia, como si también él supiera que había llegado la hora. Luego retiró el papel, dejando al descubierto una cubierta de cuero gastado, con filigranas doradas y el título medio borrado: Cartas desde el Horizonte.
Abrió el libro con delicadeza. Entre las páginas amarillentas descansaba un sobre antiguo, lacrado con cera color vino. En el frente, una caligrafía firme y elegante: “Para quien crea que el amor puede viajar más allá del tiempo.”
Damián levantó la mirada hacia Miriam, que lo observaba con ternura.
—¿Tú sabías…? —preguntó.
Ella no contestó
—Sólo sabía que este libro te elegiría a ti.
Rompió el sello con cuidado. Dentro, una carta escrita en tinta azul. Las palabras parecían respirar todavía:
"Si algún día lees esto, sabrás que no todo lo que se pierde en el mar se hunde. Algunas almas navegan por siglos buscando reencontrarse, aunque cambien los nombres, los rostros y los destinos. Si me reconoces, no tengas miedo. El amor siempre regresa disfrazado de casualidad."
Damián levantó los ojos, y en la mirada de Miriam vio algo antiguo y conocido, un brillo que no pertenecía solo al presente. Sintió un estremecimiento, como si las palabras de la carta hubiesen cruzado el tiempo para alcanzarlos.
Ella tomó su mano y la posó sobre el libro.
—Tal vez —susurró— fuimos ellos alguna vez. Tal vez seguimos buscándonos desde 1865.
Él sonrió.
—Y al fin nos encontramos.


"Hay en todo esto algo de providencial que debe darnos esperanzas"


                   Los hijos del capitan Grant,

                                      Julio Verne. 1865

 


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