LA BOTELLA DE GWENDY

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           LA BOTELLA DE GWENDY  
 
 
   Cuando Gwendy encontró la botella entre un grupo de grandes algas verdemarronadas en la larga playa desnuda de Seaside Randsbury le vinieron las más fantásticas ideas a su cabecita llena de rizos amarillos. 
Retiró los centelleantes granos de fina arena adheridos al cristal verde y trató de ver en el interior; de encontrar un tesoro, un barquito diminuto o..., mejor aún, un pergamino o papel peregrino de tierras distantes. 
 
Un rictus de enfado y decepción se dibujó en su carita mofletuda cuando comprobó que el interior estaba lleno de arena, mezclada con agua marina. 
 
Al forzar el endurecido y sucio corcho un fuerte y desagradable olor a pescado putrefacto asaltó sus fosas nasales y casi la hizo vomitar. Aun así no dejó caer la botella. La agitó enérgicamente y la puso boca abajo. Un chorrito de arena oscura húmeda y agua descompuesta cayó a sus pies, y tuvo que brincar en un pie para evitar que el maloliente contenido impregnase sus piernas desnudas. 
 
Una vez la botella se hubo vaciado completamente, escruto el interior con sus ojos negros y vivarachos: no había absolutamente nada. Gwendy sintió el vacío de la desilusión y se sentó en la arena húmeda y harinosa de la playa desierta. 
 
Con mucha lentitud la marea comenzó a replegarse hacia la playa. El sonido de las olas se hizo más y más audible. Cuando llegó hasta los deditos de sus pies Gwendy recogió la botella, la tomó entre los dedos y dejó que las lenguas del agua marina la mojaran. 
 
Poco a poco las olas crecieron y Gwendy pudo llenar la botella con el agua burbujeante. Casi llena la enjuagó vigorosamente y la agitó varias veces, hasta que la botella quedó limpia y reflejó los rayos tibios del sol. Entonces se le ocurrió que, ya que la botella no contenía mensaje alguno ni alguna valiosa joya, podría llenarla con palabras; las palabras que salieran de su corazón, los secretos que ocultaba su pensamiento. Gwendy sintió aquella gran soledad que a asfixiaba desde la gran explosión. Entonces le vino a la cabeza una idea: acercó sus labios al gollete de la botella (sintió el sabor salado del agua) y dijo con voz serena y suave: quiero convertirme en una sirena. La botella entonces emitió un silbido agudo y Gwendy supo descifrar el sonido. «¿De verás?», leyó su pensamiento traduciendo el sonido. 
 
Gwendy estaba asustada y soltó la botella, que rodó hacia las olas incesantes. La fuerza espumeante del mar se la devolvió. Gwendy cogió la botella nuevamente. Todo aquello le resultaba extraño, pero mágico, y despertó su imaginación. Acercó sus labios otra vez al borde redondo de cristal y en un suave monosílabo sopló dentro de la botella: «Sí». 
 
De repente sintió una vibración en su cuerpo, de la punta de los cabellos a la planta mojada de los pies. La luz del sol se hizo infinitamente más brillante, hasta hacerle cerrar los ojos; el sonido de las olas se convirtió en un delicado ronroneo similar al de Amaranda, la gata de Billy Paul, su vecino. El olor del agua marina se volvió igual que los setos de Dama de noche, que había en el jardín de Doris, la madre de Billy Paul. 
Gwendy no supo cuándo o por qué, pero en el cielo ya no estaba el disco del sol; cientos de puntos luminosos emitían destellos alternos de distintos tonos y una luna gigantesca mostraba sus caprichosas manchas sobre la línea difusa del horizonte. En su cabeza sintió una llamada que procedía de lejos, de dentro, de las profundidades. Miró a su alrededor y distinguió las formas grises de los edificios devastados, los árboles quemados, retorcidos, las piedras calcinadas, la ausencia de toda vida tras la última gran explosión. Se deslizó sin dificultad, se dejó besar por las caricias burbujeantes hasta que su cuerpo flotó y se dirigió hacia la voz de la madre oscilante, en la cual el peso dejaba de serlo y los recuerdos dolorosos se borraban sin dejar huella. 
El silencio de la noche se rompió cuando la bella cola vertical se movió como un abanico multicolor golpeó la superficie espumeante, y Gwendy se sumergió en los brazos de la rebelde vida indestructible del océano. 


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