Los protones del alma

En un pequeño laboratorio junto al río, Clara pasaba sus días observando el comportamiento de las partículas. Le fascinaba pensar que el universo entero, con toda su inmensidad y sus tormentas, se sostenía gracias a cosas diminutas que nadie podía ver.

Una tarde, mientras intentaba explicar a sus alumnos por qué los protones siempre tienen carga positiva, uno de ellos levantó la mano y preguntó:

—¿Y nunca se cansan de ser positivos?

Clara sonrió. Era una pregunta inocente, pero contenía toda la curiosidad del mundo.

—No —respondió—. Los protones simplemente son así. Incluso cuando el átomo se descompone o cambia de forma, ellos siguen siendo positivos. Es su naturaleza.

Aquella noche, mientras regresaba a casa bajo una lluvia persistente, Clara pensó en su propia vida: en los experimentos fallidos, en los amores que no cuajaron, en las veces que quiso rendirse. Y sin embargo, algo dentro de ella seguía brillando con una carga invisible, empujándola a seguir adelante.

“Quizás —pensó— todos llevamos protones en el alma. Pequeñas fuerzas que nos mantienen positivos incluso cuando todo lo demás parece desmoronarse.”

Desde entonces, cada vez que algo salía mal, recordaba su propia lección: No se trata de ignorar lo negativo, sino de mantener dentro una chispa que, como un protón, no deja de ser positiva por más que el mundo se oscurezca.

Y así siguió, enseñando física… y esperanza.