ALTERNANCIAS (1)

               ALTERNANCIAS (1)

                          (-12)


   Ahora entra Marlene. Ya conoceis a Marlene, pero aqurlla es una Marlene de ficción. Esta es la Marlene real.

Marlene entra en el baño desnuda, agotada del día de puto trabajo. El trabajo es "puto" porque es resultado del intercambio de tiempo; es decir, porque media el dinero, la venta y la compra: trabajo por dinero.

Pero de esto no podemos hablar, porque eso sería el fin de todo: lo que verdaderamente no nos perdonarían.

Volvamos a Marlene.

Marlene ha entrado en el baño desnuda, su cintura ancha, sus glúteos redondos, el movimiento lento de sus piernas..., ¿qué nos sugieren? Tampoco de esto podemos hablar mucho, porque desencajaríamos los limites de piedra de los géneros.

Pero sigamos con ella, con Marlene.

Yo, estoy junto a la puerta de entrada del baño, apoyada en las baldosas color crema, con una cenefa clásica que dibuja motivos y grecas color caoba en su parte superior. Soy casi invisible, confundida con las líneas que separan una baldosa de otra, las juntas que forman unos nuevos límites para la concepción mental tradicional.

Marlene, por supuesto, sabe que estoy alli, que formo parte de su vida. Admito que estos párrafos están escritos a la francesa; quiero decir que recuerdan al modo en que las escritoras francesas de la segunda mitad del siglo XX desgranaba sus melancolías nostálgicas; un estilo perdido en el torbellino de papel y tinta del negocio literario.

Otra vez, algo de lo que no podemos hablar.

Vuelvo a Marlene.

Marlene ha entrado en la ducha. Nota el frio suelo blanco y brillante, repujado, del diseño del plato de una pieza, y abre el grifo impoluto. Un chorro de agua templada brota como una lluvia mágica sobre su corto cabello pelirrojo. El manantial cristalino recorre su nuca, desciende por la escalera de su espalda, traza lagrimones brillantes que dimensionan sus nalgas. Ahora se da la vuelta: las lineas trazan senderos irrepetibles, incontrolados, como besos acariciadores sobre sus formas tan femeninas recorriendo el selvático triángulo de su bajo vientre.

En el vello rizado se encapsulan esferas pequeñas mientras otras gotas se fusionan y juntas van a estrellarse mudas en la pulida superficie, junto a, bajo los pies de Marlene, cercándola.

Se apoya en la pared embaldosada. Otro pequeño manantial, distinto, este ambarino, un estrecho surtidor caliente  se une al agua, más tibia que él, en un arco luminoso... Marlene deja escapar un suspiro.

También conoceis al pope James, que debe estar escandalizado al leer estas lineas. James, desde su púlpito de sapiencia, cree repartir bendiciones y condenas. Su moral coercitiva no puede admitir a Marlene, ni lo que hace Marlene, ni lo que Marlene hará: su estrecho  mundo respira tradición y mustiedumbre; pero no es la vida.

Vuelvo a Marlene.

Ha perdido un caso. Marlene es abogada. No es un caso de esos que califican de relevancia mediática; era un caso sencillo: una mujer agredida por su pareja frente a sus hijos. No hay moretones, no ha habido sangre. La sangre y los cardenales van por dentro. La vejación ha sido verbal, la humillación, los insultos, los gritos, las amenazas, la impotencia, la imposibilidad de emancipación, su soledad y desamparo, el temor por sus hijos...

El agua, ahora jabonosa, recorre la piel del cuerpo de Marlene. Un pequeño rastro de sangre dibuja un cerquito en la silueta de sus pies, como un oasis de vida. Marlene es fértil todavía. Dirige el chorro de agua hacia sí, y un aliviador llanto la consuela.

En el ángulo de la pared yo me voy difuminando. Marlene se envuelve en la toalla y yo, constituida en tejido, la abrazo y ambas nos reconfortamos. Porque a veces, Marlene y yo somos la misma persona.