El día que caía a sus pies (parte 1)
Por Relatoradefantasias
Enviado el 30/12/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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Nina siempre había sido una chica callada, tímida, casi invisible en los pasillos de la universidad. Era de esas chicas que llegaba puntual, se sentaba en la última fila y se refugiaba en el silencio, observando más que hablando. Aquella mañana, sin embargo, la clase demoraba en comenzar. El bullicio de la sala iba en aumento y era algo que la ponía nerviosa; decidió levantarse y salir antes de que la incomodidad la venciera.
Pero justo cuando su mano rozaba la manija de la puerta, un hombre entró acompañado del decano. Era alto —al menos diez centímetros más que ella—, de presencia serena pero firme. Al verla, la miró directamente a los ojos, con esos ojos verdes y una sonrisa apenas dibujada, dijo con voz grave:
—No te retires, la clase está por comenzar.
La frase, simple en apariencia, la detuvo. Había algo en su tono, en su aroma, en la calma de su mirada, que la desarmó sin explicación. Por primera vez en tres años, Nina no volvió al fondo del aula. Tomó asiento en una de las primeras filas, en un puesto vacío que siempre solían estar ocupados pero que ese día por la tardanza habían dejado los estudiantes libres al decidir mejor abandonar la sala antes que ella.
El decano presentó al recién llegado: " Estimados estudiantes Él será su nuevo profesor de ciencias, el reemplazo del profesor Calderón, quien por motivos de salud no podrá continuar este año; su nombre es Oscar Riveros, un destacado docente."
Nina abrió su cuaderno y, casi sin pensarlo, escribió en la parte superior de la página: Óscar Riveros. Lo escribió como quien intenta atrapar un sonido antes de que se escape, como si al anotarlo pudiera retenerlo para siempre.
Cuando el decano se retiró, el profesor se presentó ante la clase.
—Como bien ha dicho el decano, mi nombre es Óscar —dijo con una seguridad tranquila—. Tengo cuarenta y dos años y seré su profesor de ciencias el resto del año. Espero que podamos trabajar juntos, que aprendan desde la experimentación y, sobre todo, que disfruten este contenido que amo con el alma.
Nina lo observaba mientras hablaba. La forma en que se movía por el salón, cómo gesticulaba al explicar, la sonrisa a medias que aparecía de tanto en tanto.... Por primera vez, la clase no le pareció un espacio ajeno.
La clase transcurría con una atención inusual. Incluso los más distraídos parecían escuchar, hipnotizados por la seguridad con que Óscar explicaba. Nina, sin embargo, no escuchaba solo las palabras: escuchaba su tono, las pausas, la forma en que pronunciaba cada concepto como si lo saboreara.
De pronto, él dejó de escribir en la pizarra y miró hacia los estudiantes.
—Veamos... —dijo, recorriendo el aula con la mirada—. ¿Alguien podría decirme qué relación existe entre la observación y la hipótesis en el método científico?
Nadie respondió. Óscar sonrió con un gesto leve, y entonces su mirada se detuvo en ella.
—Tú —dijo, apuntando con una leve inclinación de cabeza—, la de la primera fila. ¿Cuál es tu nombre?
Nina se sobresaltó un poco, sintiendo cómo el calor le subía al rostro.
—Aún no... —intentó decir algo, pero él la interrumpió suavemente.
—Tranquila. Solo dime lo que piensas.
Ella respiró hondo y comenzó a hablar. Al principio con voz temblorosa, luego con una claridad que la sorprendió incluso a sí misma. Explicó con precisión cada paso, la lógica detrás del método, la relación entre observar, suponer, experimentar y comprobar. Sus palabras eran simples, pero su razonamiento impecable.
Cuando terminó, un silencio breve se apoderó del salón. Óscar la miró con una mezcla de sorpresa y admiración sincera.
—Excelente —dijo despacio—. No esperaba una respuesta tan completa... ¿Cómo dijiste que te llamabas?
—Nina —respondió ella, bajando la mirada.
—Bien, Nina. —Repitió su nombre —. Un placer escucharte.
El resto de la clase pasó rápido. Cuando terminó, Nina salió entre los primeros. Caminó hasta el estacionamiento, con el corazón acelerado, intentando convencerse de que aquella mirada no había significado nada más que un reconocimiento académico. Pero al girar la llave de su viejo auto, el motor no respondió. Probó otra vez. Nada.
—¿Problemas? —la voz de Óscar llegó desde atrás.
Nina levantó la vista. Él estaba allí, con las manos en los bolsillos y una expresión que mezclaba curiosidad y algo más... algo que no era propio de un profesor mirando a una alumna.
—Parece que no quiere encender —dijo ella, intentando restarle importancia.
Óscar se inclinó un poco, mirando el interior del coche.
—Déjame ver. A veces solo es una conexión floja —dijo, con una sonrisa amable.
Ella asintió. Lo observó mientras revisaba el capó, notando la seguridad con que se movía, la forma en que el sol de la tarde marcaba los contornos de su rostro.
Cuando él se enderezó, sus miradas se cruzaron de nuevo.
—Listo. Prueba ahora. —dijo.
Nina giró la llave, y el motor rugió.
—Gracias... —murmuró, casi en un suspiro.
—De nada —respondió él, sonriendo—. Me alegra poder ayudarte.
Nina dio algunos pasos para agradecerle, pero las palabras se le enredaron.
—De verdad... gracias, profesor —dijo al fin, mordiéndose el labio inferior sin notarlo.
Óscar lo advirtió. Ese gesto mínimo, casi involuntario, le bastó para sentir un leve temblor recorrerle el cuerpo.
—No tienes que agradecerme —respondió él, con una calma que no correspondía del todo a lo que sentía—. Solo me alegra que el auto haya arrancado... y que no te hayas ido antes de la clase.
Nina sonrió, nerviosa, apartando un mechón de cabello de su rostro. El movimiento fue torpe, pero en su torpeza había una delicadeza que a Óscar le resultó imposible no mirar.
—Tu intervención en clase fue maravillosa —añadió él, dando un paso más cerca—. Muy clara, muy inteligente.
Ella sintió el corazón apretarse.
—No fue nada... usted explica tan bien que... que es fácil entender —balbuceó.
Al instante deseó no haber dicho nada. Bajó la mirada, avergonzada.
—Perdón, no quise—
—No te disculpes —la interrumpió él, suavemente.
Hubo un silencio. Uno de esos silencios que no pesan, sino que vibran. Óscar se acercó otro paso, lo justo para que Nina sintiera el calor de su presencia, la forma en que su respiración se mezclaba con la suya.
—Puede que lo que voy a decirte te sorprenda —murmuró él, con voz baja—, pero necesito ser honesto. Nunca había hecho algo así... y, sin embargo, no puedo evitarlo. Quiero que salgamos de aquí.
Nina no supo qué responder. Solo asintió, mirando hacia su coche, mostró indicios de que le seguiría en el pero Óscar negó suavemente con la cabeza.
—Déjalo aquí. Ven conmigo —dijo con una firmeza tranquila, que no admitía discusión.
Ella lo miró un segundo, luego asintió. Algo dentro de sí le decía que no debía hacerlo, pero otra parte —más fuerte, más viva— no quería otra cosa que seguirlo.
Subió al auto y se sentó en el asiento delantero. El interior olía a madera, a libros, a algo cálido. Nina notó su propia respiración alterarse, cómo su pecho subía y bajaba sin control. Óscar encendió el motor, y una suave melodía de piano llenó el silencio.
—¿Música clásica? —preguntó ella, sonriendo apenas........ (leer parte dos)
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