Égida

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No quiero hablar de Historia, ni de cuentos populares de la antigua Grecia, ni hacer de esta entrada un recuento aburrido con detalles sin sentido, por lo cual seré explícito y certero.

Medusa es un monstruo femenino, según la mitología griega, que convertía en piedra a aquel que mirara fijamente a los ojos. Ella fue decapitada por Perseo, uno de los tantos héroes de la mitología. Él utilizó la cabeza de Medusa como un arma protectora, una égida implacable contra el mal y las adversidades.

No en vano, conocí a Clarisa en un bus. Bueno, no la conocí en el bus, pero fue en un bus la primera vez que la vi en mi vida. Yo iba rumbo a la biblioteca del centro de la ciudad para devolver unos libros de historia del arte y allí vi a la chica. Yo estaba sentado junto a la ventana. Siempre intentaba escoger algún puesto de esos, pues no era capaz de quedarme como si nada cuando el bus se llenaba y las personas que seguían subiendo se paraban junto a mí; menos me gustaba cuando era una mujer, y no es por sexismo ni nada de eso, pero me sentía mal, seguramente por mi formación personal. Por eso prefería estar junto a la ventana, para no cederle el puesto a nadie.

Como venía diciendo, ella se subió a la máquina y ya todos los asientos estaban ocupados. Yo estaba en mitad del corredor y justamente ella caminó hasta mi fila y ahí se quedó parada, agarrándose de la baranda. Era tan hermosa que deseaba cederle el puesto, pero al lado mío había un hombre de gran tamaño y no quería incomodarlo. Uno siempre suele tropezarse y hacer el ridículo cuando pasa por encima de las personas en los buses, y por tal motivo, preferí mirarla y no cederle el puesto. 

Era verano y el calor era sofocante. Ella vestía una camiseta sin mangas de color blanco, la cual dejaba ver sus brazos desnudos y su piel perfecta, y aunque no estaba muy ceñida a su cuerpo, dejaba entrever los sinuosos contornos de su cuerpo. Su cabello era castaño y lo tenía completamente revuelto. Eso no le quitaba belleza, todo lo contrario, le añadía un aire de sencillez muy atractivo.

Ella se bajó unas pocas cuadras después. Sentía que la vida era una mujer y desvanecía frente a mis ojos. Por un momento, el final de la existencia fue el sonido del timbre que le indicaba al conductor el paradero de Clarisa y el resoplido del sistema de aire de las puertas del bus; pero mientras pude, torcí mi cabeza mirando por la ventana hasta que no logré verla más.

Yo soy de los que cree que las casualidades existen, y que la vida no es más que una infinita sucesión de casualidades, filadas una tras otra. Ver a Clarisa en un bus fue una casualidad, maravillarme con ella fue una casualidad, sentir que la vida se me iba, era una casualidad, pero las casualidades solo ocurren una vez.

El 18 de julio de 1997, en la casa de mi amigo Rubén, que celebraba su cumpleaños una semana después del acontecimiento del bus, la casualidad más hermosa de mi vida entraba a la casa de mi amigo, nuevamente con sus brazos desnudos y con su cabello revuelto. Le pregunté a Rubén que quién era la chica, que me la presentara y que si tenía mi misma edad. Preferí guardarme la historia del bus para no revelar mi obsesión.

Ese día hablé toda la noche con Clarisa, me pareció la chica más dulce y encantadora que jamás había conocido.

A pesar de eso, tenía un detalle que no me gustaba mucho; era muy egocéntrica. Constantemente estaba alardeando sobre sus triunfos y sobre sus conocimientos. Pero lo que más gracia me causó, fue que cuando entramos en confianza habló más de 10 minutos sobre un tatuaje que se había hecho en su espalda hacía una semana. Según ella era la representación de Medusa, el monstruo mítico griego que decapitó Perseo. Se levantó un poco su camisa, y dándome la espalda, me mostró su tatuaje el cual parecía la viva representación del cuadro de Caravaggio en su lisa y perfecta piel. Le pregunté el significado de su tatuaje y me dijo que significaba una égida, un escudo que la protegía y le repelía todos los males y evitaba cualquier tipo de desasosiego en su vida.

Con inocencia le dije que si sus deseos se habían cumplido, que si había logrado repeler la angustia y la zozobra, a lo cual respondió que sí, que su espalda era una égida en carne y hueso.

No voy a ser muy detallista en la siguiente parte de la historia:

Me enamoré perdidamente de Clarisa, de su piel, de sus senos… de su Medusa y de la idea que tenía de ella, de la égida y todo eso. Pero con el tiempo me di cuenta que su mayor defensa era la indiferencia, parecía que nunca se había enamorado, siempre estaba imperturbable al amor que le daba, a los regalos que ingeniaba y a los poemas que le escribía. Esa indiferencia y grosería, eran su verdadera protección.

Uno de los regalos que le pude dar, fue un libro de historia del arte donde analizaban toda la obra de Caravaggio, entre ellas La cabeza de Medusa, y en la página donde empezaba el capítulo de la Égida, le dejé una nota que nunca supe si había leído. La cual decía: 'Espero algún día tenerte, como Perseo tenía a Medusa.'

Un mes después, lleno de muchos desplantes, ella me abandonó, nunca más volvimos a hablar ni a vernos y nunca más respondió mis llamadas. Una amiga suya, me dijo, pero sin mucha certeza, que ella creía que Clarisa se había enamorado de mí, y que por eso huyó, con la esperanza infundada de que la indiferencia nunca la abandonara, pues el amor es el arma más letal contra la indiferencia.

Por supuesto, me desilusioné mucho, pero después de quemar muchos libros de Caravaggio retomé la compostura.

Un día cualquiera, recibí por correo un retazo de cuero o de piel, no lo sé muy bien, con la imagen de Medusa, es decir, con la imagen del tatuaje de Clarisa, y en su parte posterior habían gotas rojas, como de sangre. Los bordes del retazo parecían mal cortados, algo que sugería la acción de un cuchillo.   


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