Breves calamidades de un automovilista

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 Las luces del automóvil sólo iluminaban las líneas más cercanas de la ruta; al frente se imponía la oscuridad total como un gran agujero negro impenetrable y el coche parecía avanzar hacia su propia desaparición.

 El conductor sostenía débilmente un vaso plástico de café y mantenía el volante inmóvil con la esperanza de que ningún zigzag derramara el líquido caliente sobre sus rodillas. No sabía exactamente en qué punto del itinerario se hallaba, ni cuántas horas lo separaban de su destino, sólo procuraba mantenerse despierto frente al parabrisas húmedo y sobrevivir en el intento. La radio estaba encendida y escupía la información meteorológica, provincia por provincia. Sus ojos ya se cerraban solos y sus brazos perdían fuerza. Pronto se quedó dormido y al cabo de unos segundos su vaso de café caliente cayó sobre sus piernas, provocándole un milagroso sobresalto. El automóvil impactó contra una resquebrajada señalización de madera y se detuvo fuera del camino, golpeándose el conductor la cabeza contra la ventanilla, lo que le produjo una herida sangrante cerca de la sien.

 Bajó del coche y en el espejo retrovisor se percató del profuso sangrado de su frente. Más allá se oían los sonidos de los animales y una bruma espesa y azulada avanzaba lentamente apropiándose del paisaje que quedaba por ver. El automóvil se había apagado y, al buscar, el hombre, no encontró las llaves. Abrió el capote y comprobó que el motor expelía un humo blanquecino, lo cual era una mala señal. Volvió al interior del auto y buscó un mapa, pues no notaba movimientos ni luces de ningún tipo en aquél paraje inhóspito; probablemente era el único ser humano en kilómetros… A juzgar por el tiempo que llevaba conduciendo y por el aspecto de la región, debía hallarse cerca del límite de la provincia de La Pampa.

 Cuando encontró las llaves en el suelo el humo ya se había disipado. Intentó poner el auto en marcha pero no tuvo éxito y el frío comenzaba a entumecerle los pies. Rompió el silencio con una puteada y cubrió la herida de su frente con un pañuelo. Acto seguido cerró la puerta e intentó mitigar el frío con una manta horrible que encontró en el asiento trasero. Lo que vino después nunca supo si interpretarlo como un desmayo o una profunda somnolencia que lo llevó a apoyar la cabeza en el volante y permanecer allí hasta la llegada de la mañana, que trajo consigo la aparición de una extraña visita:

 El hombre despertó al escuchar cómo una vaca golpeaba rítmicamente el auto, provocando importantes abolladuras en el chasis.

_ ¡Fuera!_ Exclamó e intentó poner en marcha su automóvil._ ¡Bicho estúpido!_ Al conseguirlo, de modo también muy milagroso, el coche avanzó a gran velocidad y se alejó del animal con el capote todavía abierto.


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