Dentro de la cabeza

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Enviado el , clasificado en Terror / miedo
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Hoy me despierto con el sonido de la televisión. Aún con los ojos cerrados, puedo escuchar el murmullo de la pantalla con tal claridad, que veo sus imágenes en mi mente.

Tras el espejo, un señor que se presenta como científico, habla de los efectos de la depresión en el cerebro y abajo, en la calle, la gente se refugia de la lluvia bajo los paraguas. Aquí, desde la atalaya de mi apartamento, puedo conocerlo todo, aún sin observar nada.

Sé, a ciencia cierta, que el vecino quiere matarme. Y que mis amigos hablan de mí a mis espaldas. No puedo fiarme de nadie en este mundo y este mundo, desde luego, no puede fiarse de mí. Pero nada me importa.

Me doy la vuelta en la cama, aún bajo el refugio de la manta y observo el agua correr por la ventana. Corren como perros, perseguidos por el diluvio universal. Extiendo la mano, intentando tocarlas, pero están demasiado lejos. Me conformo con notar sus cuerpos fríos, entre mis dedos. Los cuerpos de las gotas y los cuerpos de los perros.

La depresión cambia la estructura de los sesos. Los hace papilla. Eso dice el científico de la televisión. Yo quiero sonreír, afirmando con la cabeza sus palabras pero, por desgracia, son demasiados ciertas para permitírmelo.

Anoche soñé con puré de patatas. Ahora sé que eso es lo que tengo dentro. Puré, pero del espeso, del que se te pega en la garganta cuando lo tragas. Lo siento moverse dentro de las venas de la frente, pulsando contra ella, como los latidos de un segundo corazón.

Cada vez la sangre es más concentrada. Intento permanecer inmóvil mientras la siento venir a por mí. Tengo una enfermedad y esa enfermedad se llama muerte. La cargo conmigo desde siempre, es un espíritu que acecha sobre mis hombros y contamina todo lo que toca. Me odio, la odio.

Pero por fin, hoy, es el último día. La hora que nunca marca el reloj, cuando estás despierto.

Yo la acepto con resignación. Pero ellos… Ellos no.

A mi alrededor, dos, tres, tal vez más cuerpos, descansan en silencio sobre la moqueta. No sé si ahora están todos muertos, sinceramente. Pero pronto lo estarán. Ellos lo han sentido. Me han sentido. Mi llamada, de tristeza, de desconsuelo, mi promesa de una paz infinita. No me conocen de nada pero yo a ellos sí. Los he visto cortarse, quemarse, intentarlo una y otra vez.

Hoy, finalmente, han recorrido los ríos de lluvia, gracias a mí.

Hoy los encontrarán extintos, en esta habitación destartalada, pero no podrán encontrarme a mí. Porque yo, como la enfermedad, estoy en todo lugar y en ninguno.

Lo único cierto, es que puede que tú vengas a visitarme algún día, pero no querrás charlar. ¿Quién quiere charlar, con los muertos? No te preocupes, no tienes que acudir a la videncia, ni a la psicofonía, yo siempre estoy cerca de ti, en tu cabeza, comiendo puré de patata.

La televisión se apaga, finalmente, dejando a la ciencia con la palabra en la boca. 


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