Mi querido ángel (Drama,10 minutos)

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Ella tenía un don. Desde muy pequeña había sentido la carga de esa responsabilidad. Un legado que le pesaba desde antes de nacer, y que le había acompañado desde el primer latido de su corazón, cuando su mundo se reducía al vientre materno.

 Aunque su madre ya no estaba, seguía escuchándola tan cercana que podía sentir su presencia.  Aquella voz sin aristas se percibía como una melodía difícil de olvidar...

 "Eres un ángel, le repetía una y otra vez, un ángel muy especial mi querida Bella, algún día continuarás sola el camino...Ven pequeña, mira el mundo que te rodea, aprende a observar, a distinguir la verdad y la mentira (...)

(...) Ves cómo se retuerce, sabe que el esfuerzo es inútil, pero se niega a reconocer su final. Pronto llorará, nos implorará, maldecirá, gritará, pero al final todos se derrumban, y cuando eso suceda podrá liberarse de sus pecados. Uno a uno te los irá contando Bella, entonces estará listo para abandonar este mundo.

 El dolor purifica, le acerca a la luz. Tienes que aprender querida, no apartes la mirada mientras te enseño dónde y cómo debes aplicar el bisturí. Aprende a separar la piel de la carne, a localizar los nervios, a desmembrar cada falange sin que se desmayen, y sobre todo aprende a mostrarles lo que está por venir... para que comprendan...

 Ven pequeña, ahora prueba tú, mi ángel... Muy bien, que no pierda mucha sangre. Sutura con grapas, y si es necesario aumenta la velocidad de perfusión del goteo a 66. Mantenle despierto, tiene que darle tiempo a contarnos todos sus secretos (...)"

Sí, aquella cálida voz siempre le acompañaba cuando iniciaba una nueva búsqueda. Sentía cómo mamá se retorcía en su interior, sus bocados de advertencia, el desplegar de sus alas al avistar un monstruo. Mamá podía oler la podredumbre del alma. Daba igual el disfraz que utilizara o la perfección de sus máscaras, ella siempre captaba ese olor.

El coto de caza de Bella no eran las cloacas del inframundo, tenía otras prioridades. Sabía que las almas corruptas que pudiera encontrar allí, acabarían pagando con creces el camino elegido. El destino de sus moradores estaba decidido de antemano.  Traficantes, proxenetas, pandilleros, no exigían de su talento ni de su tiempo.

Bella escogía sus manzanas en otros cestos, de entre fruta lustrosa y exquisita donde la herrumbre arraigaba oculta tras el brillo de la apariencia. En los días de trabajo mamá se agitaba nerviosa siguiendo rastros ocultos, buscando almas que merecieran nuestra atención.

Sin duda el barrio por donde andaba ahora era lo que todos llamaríamos un buen vecindario. Calles limpias y seguras, orilladas por amplias casas ajardinadas, donde era habitual ver gente hacer running, pasearse con coches de alta gama, o simplemente disfrutar de su suerte. Un lugar para ver crecer feliz a una familia.

 Una de esas casas esperaba a Bella. Mientras se acercaba sintió como mamá se retorcía en su interior, sus susurros de advertencia, manteniéndola alerta, marcando los tiempos para no errar. Bella sabía quién vivía allí, y sabía también quién era la mujer que estaba intentando abrir la puerta.  

Al pie de la escalinata Bella se detuvo a observarla, y tras unos instantes decidió presentarse.

Hola, creo me esperaba. Me manda la Agencia. Soy…

La mujer, tras un breve respingo, se giró sorprendida, recomponiendo su rostro en un nanosegundo que no escapó a los ojos de Bella. Tras aquella máscara afable vio quien se ocultaba. Era un Alma por purificar.

Anna, ¿verdad? Me has asustado querida, no te esperaba tan temprano. Veo que diste sin dificultad con la casa, y que la puntualidad es importante para ti y eso me gusta. No sé qué le habrá pasado al abuelo, no escucha el timbre. Este hombre está cada vez más sordo, pero por fortuna siempre llevo una llave que nunca encuentro dijo señalando su enorme bolso. Pero pasa, pasa, no te quedes ahí, hace frío y no me gusta ver padecer más de lo necesario (una mentira).

Bella la siguió con una sonrisa. Debía mostrarse despreocupada, aunque sintiera con más fuerza los susurros de mama: “Los ángeles no dan miedo, deja que te vean así, ingenua, pequeña, dócil. Sé comida, no cazador, hasta que tengas a la bestia postrada. Y sobre todo no te confíes mi pequeña, presta atención a cada detalle, y nunca dudes…”. Una vez dentro el Alma cerró la puerta. Bella notaba su ansiedad, una prisa contenida, mientras la escuchaba.

Los niños todavía no están aquí. Han salido un ratito con su padre, pero enseguida llegarán (otra mentira). Como le comenté a la Agencia, necesitamos una chica joven con experiencia, que sepa manejar a un par de críos revoltosos y a un abuelo gruñón. La anterior nos duró menos de lo que esperábamos (risas). Estos críos son un poco desquiciantes cuando se lo proponen, y el abuelo puede intimidar. Es un Coronel de los de antes, de ordeno y mando. Y ya sabes que los militares no se jubilan nunca, así que paciencia. Al abuelo ya le cuesta seguir el ritmo de los críos y necesita de alguien que le ayude cuando se los dejamos. Esta noche es para mí y mi marido. Una noche de recién casados que reactive nuestro amor, tú ya me entiendes dijo con una pícara sonrisa.

Acompáñame querida, te enseño las habitaciones y el resto de la casa. Dónde andará metido este viejo gruñón… ¡Ah!, seguro que en el nuevo cuarto de juegos. Es una pequeña sorpresa. Lo ha hecho el abuelo para que los niños tengan su refugio secreto. Serás la primera en verlo, tiene muchas cositas con las que divertirse (una verdad).

Mientras el Alma seguía hablando, Bella asentía y observaba. Era una casa grande de tres plantas y sótano. Todo demasiado limpio y ordenado. Una tenue melodía de música clásica flotaba en el ambiente. Los dormitorios, los aseos, la cocina, cada rincón parecían una secuencia de fotografías de una revista de decoración, y como en las revistas solo se echaba en falta una cosa, “la vida”.

De vuelta a la planta baja observó un sinfín de fotos familiares que tapizaban la pared de la escalera. En varias pudo distinguir al Alma junto al Coronel. Una llamó su atención. El abuelo vestía de uniforme, como en muchas otras, pero el paisaje, el lugar, era muy diferente. Creyó distinguir algo, pero antes de que pudiera observarlo más detenidamente el Alma tiró suavemente de su mano...

Ya tendrás tiempo de entretenerte querida. Ese fue uno de los destinos del abuelo en África. Seguro que te cuenta después lo bien que se lo pasó allí... Pero vamos, los niños están al llegar y quiero enseñarte el sótano, allí está el cuarto de juegos. 

Se accedía a través de la cocina. Una empinada escalera conectaba ambas plantas.  La penumbra inundaba el mundo que se allí se abría. Una penumbra densa que aumentaba, al igual que el frío, con cada peldaño que descendían. El sótano era muy grande, de paredes lisas y frías. Tres pequeños ventanucos filtraban las últimas hebras de luz de la tarde, que parecían consumirse por instantes, pintando en tonos grises cada rincón del sótano. No había muebles, solo un montón de cajas apiladas aún por desembalar, y al fondo un armario y una sucesión de estantes a medio vestir que ocupaban toda la trasera de la habitación.

¿A ver si lo encuentras? preguntó el Alma con un brillo diferente en los ojos. El abuelo ha hecho un gran trabajo, un cuarto de juegos muy especial —prosiguió, señalando una de las puertas del armario. Se entra por ahí, tras los abrigos. El fondo del armario se desliza hacia tu izquierda. ¿No es genial?, qué niño no quiere tener un cuarto secreto. Entra tu primero Bella... No dejes que el abuelo te asuste, seguro que está dentro esperándote. A su edad parece un crío. El interruptor de la luz está a tu derecha.

Mientras abría la puerta, Bella percibía la excitación contenida del Alma, el martilleo de su corazón, las prisas por empezar a jugar...El ratoncito estaba a punto de caer en la trampa...

Menuda alegría se van a llevar los niños. Venga, pasa, pasa, creo que he escuchado el timbre.

Bella pareció vacilar, aunque si alguien hubiera visto su rostro podría haber distinguido algo parecido a una sonrisa. Dentro no le costó deslizar el pesado fondo del armario, ni localizar un interruptor que ya conocía, pero no encendió la luz, la oscuridad era su amiga y decidió abrazarla…

“Un..., dos..., tres..., cuatro…”, contó el Alma extrañada. Ningún ruido, ningún gritito, ninguna señal del abuelo. Algo no iba bien, pero el Alma no entendía qué. La Agencia, hasta ahora, nunca había fallado, y el Coronel tampoco. Durante los últimos quince años todo había salido según lo previsto. Por cada cumpleaños el abuelo recibía su nuevo regalo. Siempre en la misma dirección. Siempre para jugar en el mismo cuarto. Un cuarto que cada año él preparaba personalmente con un nuevo atrezo, y con la ilusión de sorprender al Alma, su compañera de travesuras.  Ella sólo tenía que guiar a la chica hasta la habitación, y el Coronel se hacía cargo de recibir a esas zorritas como se merecían. Con una sola descarga eléctrica solía ser suficiente, aunque al muy cabrón le gustaba aplicar unas cuantas antes de inmovilizarlas. Pero hoy algo había fallado...

En la oscuridad creciente del sótano un miedo inexplicable empezó a asfixiar al Alma, un temor que la erizó la piel. Percibía una presencia que no entendía, una presencia densa y fría que le impedía moverse. Quiso dar un paso atrás, pensar unos instantes, pero su mano avanzaba hacia el cuarto, hacía el interruptor. Lo sintió bajo sus dedos y lo pulsó. Después del “Clic”, luz.

¡No, no podía ser…! Le costó reconocer al Coronel tendido en la nueva camilla de juegos, su cara, sus brazos, su cuerpo, qué le habían hecho. Aquello   iba mucho más allá de sus oscuras fantasías... Aún se movía..., sus cuencas vacías se dirigieron hacia donde estaba, y emitió algo parecido a un grito, un sonido gutural que la atravesó, rasgándole cada una de las células. Creía conocer los límites del horror, del dolor, del placer, pero ante aquello el Alma supo que era un simple aprendiz.

Antes de poder comprender, sintió como una aguja le penetraba la carne, un pinchazo que de inmediato le nubló la mente. Las piernas le fallaron, no podía sostenerse. Pero antes de caer y perder el conocimiento, pudo verla a ella. Vio su cuerpo menudo, su sonrisa artificial, la jeringuilla en la mano, sus ojos vacíos. Incluso le pareció ver un par de alas negras extendiéndose como dos sombras que lo ocupaban todo…Sí, el Alma reconoció al ángel de la muerte y supo que esta vez jugarían con ella.

 Bella cerró despacio la puerta insonorizada. En una sola noche había sacado todos los secretos del Coronel, y en verdad eran muchos.  El Alma también hablaría, todos lo hacían, sólo requería unas horas, tal vez días, de su atención y habilidad...El dolor purifica, limpia los pecados, pensaba Bella, mientras escuchaba la cálida voz de mamá guiar sus pasos…

 "Muy bien mi ángel, que no pierda mucha sangre, tiene que darle tiempo a contarnos todos sus secretos y a expiar sus culpas. El dolor purifica, muéstrale el camino, muéstrale el sufrimiento...”.

Jam Louvier


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